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[Retrospectiva Woody Allen] Annie Hall

9,5/10

Si uno no ha visto la posterior masterpiece de Woody Allen, seguramente compartirá la opinión que dictamina la sobresaliente forma de expresar, de la forma más certera, problemas tan cotidianos que apenas nos damos cuenta que se suceden. Pero, ¿por qué Annie Hall no alcanza el nivel de Manhattan? Se queda realmente cerca y, aunque la trama es prácticamente similar, hay aspectos que influyen en una subjetividad algo negativa a la hora de valorar la película.
Si la pareja protagonista está sobresaliente, no podemos decir lo mismo de los secundarios. Woody Allen cuenta con Tony Roberts o Shelley Duvall y los desaprovecha en su intento por cuadrar las piezas que no van a encajar. Por si fuera poco, un ligero cambio de ritmo hacia el final de la película no convence demasiado y se puede llegar a perder el interés por lo que sucede. Durante poco tiempo, pero se pierde.
Sin embargo, Annie Hall merece pasar a los libros de Historia del Cine sobre todo por el dominio de la técnica del que hace gala su director. Un alarde de montaje impropio de la época y que sorprendió gratamente a quienes pilló por sorpresa en aquellos tiempos. Por si fuera poco, Woody Allen se salta las leyes de la narrativa cinematográfica y nos narra en primera persona diversas situaciones que le suceden en su vida diaria. El ejemplo más claro es el que ilustra el magnífico y panegírico prólogo y la mítica escena de la cola del cine. En estos veinte minutos iniciales, observamos dos de las mayores influencias de Allen a la hora de hacer cine: Ingmar Bergman, a través de un cartel de su película Cara a cara; y Federico Fellini, a quien el deplorable hombre de la cola del cine está poniendo a caldo mientras empapa de saliva la nuca de nuestro protagonista. Momento previo a la gloriosa aparición de Marshall McLuhan para sentenciar tan épica secuencia.
El guión es una de las maravillas mejor escritas por Woody Allen. Cada sentencia de la película es una pequeña parte de la vida diaria. No nos damos cuenta de que todo lo que se narra sucede a nuestro alrededor hasta que lo escuchamos por boca de otro. La neurosis de la que hacen gala sus protagonistas es un elemento que provoca el nerviosismo necesario para hacer reír y comprender que la vida no está llena más que de pequeñas cosas que se convierten en grandes problemas.
Es imprescindible, aunque nos encante el doblador en castellano de Woody Allen, ver Annie Hall en su versión original. Sólo así lograremos captar la seriedad de lo cómico en esta vida. Lo cómico de la muerte, lo cómico del sexo, lo cómico de tener pareja. La vida es una sucesión de gags, algunos dolorosos, otros agradables. Y Woody Allen es experto en diagnosticarnos hasta el último punto de fricción en la paz más absoluta de nuestro paso por la vida. Con Annie Hall tenemos un documento impagable que debemos agradecer para siempre.

[Retrospectiva Woody Allen] Sueños de un seductor

8/10

Estamos ante los primeros años de Woody Allen. Nos hallamos ante su sexta película en la que se empieza a coronar como uno de los reyes de la radiología psicológica del ser humano. Cada frase que se pronuncia en esta obra, escrita para el teatro por el propio Allen e interpretada previamente en las tablas por el trío protagonista, representa una parte de nuestra propia realidad.
Con ello, no debemos sentirnos identificados con la patosa exageración del típico hombrecillo resuelto pero con poco éxito entre las féminas que nos plantea Allen de manera magistral. Debemos recurrir a nuestros sentimientos de juventud, cuando conquistábamos a nuestras parejas, donde el amor fluía vertiginosamente casi al punto del infarto, parafraseando al propio autor. 
Acompañado de Diane Keaton, primera musa y pareja de Allen por aquellos días, así como de Tony Roberts, Sueños de un seductor contiene un emocionado y sentido homenaje al cine dentro de sus líneas. Y es que empezar una película con el final de una obra imperecedera como Casablanca y culminar la función imitando hasta el más puro detalle (salvando las distancias, objetivamente) a la cinta de Michael Curtiz es algo valiente y al alcance de muy pocos. Y si, a todo ello, le sumamos el divertido homenaje que Allen le hace a la personalidad de Humphrey Bogart, obtenemos uno de los resultados más satisfactorios de toda la filmografía de Woody Allen. 
La hilaridad y surrealismo con la que están presentadas todas las secuencias de la película nos ayudan a comprender la idiosincrasia en la que se mueve su guionista y director. El amor, el sexo, las relaciones de pareja, la autocompasión, la autoestima, la infidelidad, el divorcio, los celos son términos que siempre se hallan de manera recurrente en el cine de Allen. Sueños de un seductor se encuentra, cronológicamente hablando, entre Bananas y Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar. Es decir, en pleno apogeo de su vis cómica e intelectual. 
Perder la oportunidad de acercarse a Sueños de un seductor es un craso error. Quizás no aparezca entre sus obras mayores pero sin duda es la definitoria que abrirá la puerta a un estilo de hacer cine inimitable, que ha perdurado a lo largo de las décadas. Quizás no esté producida por Metro Goldwyn Mayer ni se encuentre dentro de los packs que nos venden en las grandes superficies. Pero esta pequeña joya, obra de un inquieto cineasta, debe ser de obligado visionado a todo amante de la neurosis de Allen, el humor de calidad y del cine en general.