Películas para Dos Vidas; Braveheart

La épica, el sacrificio del héroe, la sed de venganza o la lealtad a una causa son poderosos sentimientos que enaltecen al ser humano de un modo irracional y primigenio. Todos, al fin, atesoramos un cierto componente animal, instintivo, que relacionamos con el honor, la valentía o el coraje. Por ello, quizás, nuestro espíritu es estimulado con las grandes historias de batallas, mártires y cruzadas suicidas, aquellas que, curiosamente, vencen al paso del tiempo e inspiran a los hombres de épocas postreras. Mel Gibson, en este sentido, ha sabido sublimar esa fascinación por la figura del héroe al componer la que posiblemente sea la epopeya cinematográfica más sangrienta y desmesurada de todos los tiempos, valiéndose de los códigos consustanciales del género e hilvanando una narración de resonancias medievales, sencilla aunque profusamente evocadora. 
Las hazañas del mítico héroe nacional escocés William Wallace suponían la base idónea para una película con un objetivo irrenunciable; conmocionar al espectador hasta el delirio, en una catarsis de violencia, traiciones, lealtades e historias de amor truncadas, vertebrada por un espíritu de épica que tiende a eclipsar el resto de emociones desatadas. Para ello, Gibson se concede algunas licencias históricas en favor del espectáculo, así como el empleo de artimañas argumentales algo tramposas que favorecen el determinismo último de la trama. Esta, al fin y al cabo, es la historia de una venganza, la de un hombre que perdió de joven a su padre y a su hermano a manos de los ingleses, y que ya adulto, presenció cómo le era arrebatada la mujer a la que amaba por los mismos opresores. El odio alimentado durante años es la guía de un destino que lo impulsará a enfrentarse a un poderoso reino regentado por el sanguinario Eduardo I de Inglaterra y a sus numerosos vasallos escoceses, comprados por este en detrimento de su propio pueblo.
Braveheart es el relato de un héroe de otro tiempo que conecta la tradición oral épica europea, como el Cantar del Mío Cid o La Canción de Roland, pero trasladada a la pantalla desde un enfoque actual. Puede que las escenas de amor sean excesivamente edulcoradas, con un estética cercana al cuento de hadas ante las que es difícil contener una sonrisa irónica (más aún con un Mel Gibson melenudo como protagonista y una banda sonora de James Horner algo cargante); sin embargo en pocas ocasiones hemos asistido a batallas rodadas con tanto frenetismo, autenticidad y violencia. La cámara se sumerge entre los cuerpos rudos de los adversarios, con el fango y la sangre mezclándose en una atmósfera sucia e implacable, donde la muerte es un hecho presumible obviado por la irracionalidad a la que condena la guerra. Aquí no hay lugar para dilataciones ralentizadas de la imagen o interludios épicos; tan sólo miembros amputados, cabezas cercenadas, mandobles que atraviesan cuerpos (incluso furgonetas y otroz gazapos); una acción vibrante, agotadora y visceral que reivindica la espectacularidad artesanal del cine de antes en contraposición al abuso de los nuevos recursos visuales.
Y es que los ejércitos masivos recreados por imagen digital en el cine contemporáneo y retratados por lejanos planos cenitales, apenas pueden competir con la fiereza real de unos centenares de extras entusiastas arengados por un Mel Gibson de ojos inyectados en sangre y rostro perturbado clamando por la libertad de su pueblo. Pocos discursos más inspiradores se han filmado que esa oda de Wallace a sus compañeros, cabalgando su corcel con la cara pintada de azul, enalteciendo incluso nuestros espíritus de meros espectadores; uno de esos momentos álgidos de la historia del cine, filmado con maestría, épica y emoción. Tanto es así que hasta la Academía estadounidense se rendiría a Gibson de forma sorprendente, concediéndole los galardones de película y director (más otros tres técnicos), a pesar de la historia un tanto anglófoba que narra la cinta.
Braveheart no es una película perfecta; tiene momentos irrisorios, algunas interpretaciones secundarias cuestionables y un guión modelado a su antojo para el lucimiento del héroe; sin embargo, pocos serán los que se atrevan a replicar que no han sido contagiados por el espíritu irredento de Wallace/Gibson, golpeado una y otra vez en la vida, pero con el aliento suficiente para gritar, por última vez, la palabra 'libertad'. Drama, acción, romance y épica a raudales para una leyenda inmortal con un lugar honorable en nuestra memoria cinéfila.

1 comentario:

  1. Wow! Gran trabajo Jesús, me ha gustado mucho leer tu reseña y recordar esta película. Tienes razón en que Gibson moldeó la historia para lucimiento del héroe y el espectáculo, quizá el más sonado sea que William venía de una familia aristocrática y que que no se hacía llamar "Braveheart" sino Roberto Bruce, pero lo han hecho tantas películas que al final queda en un segundo plano. De cualquier modo es una película que plasma muy bien la épica, el montaje es impresionante y Mel me demostró que detrás de las cámaras es una auténtica maravilla.

    ¡Un saludo!

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