Dulce Cine de Juventud; E.T. el extraterreste

El recuerdo de nuestra infancia viene comúnmente delimitado por aquellas experiencias que conectaron con ese espíritu curioso y tendente a la evasión que todos hemos atesorado y ya olvidado en el marasmo inconsciente de la madurez. Todo niño ha soñado alguna vez con viajar en el tiempo, vivir en un mundo paralelo, tener poderes extraordinarios o disfrutar de la compañía de algún extraño y fascinante ser. Y, de hecho, esos anhelos pueriles heredados de una desbordante capacidad onírica son los que, en último término, enlazan íntimamente con algunos aspectos de la personalidad del adulto en el que nos convertimos. En este sentido, E.T el extraterrestre puede considerarse como la exteriorización que su creador, Steven Spielberg, lleva a cabo para rendir cuentas con su infancia y su imaginativa relación con el mundo que de niño lo incitaba a soñar para escapar de realidades traumáticas.
Producto de esta íntima relación entablada entre creador y obra, resulta paradigmática la inocencia de una película concebida para conmover a todos aquellos que algún día se sintieron solos y precisaron de un amigo con el que vivir aventuras, aunque fuese ficticio o de otro planeta. E.T el extraterrestre es una de esas películas con alma, que conmueven por la sinceridad de su planteamiento, dirigidas con una sutil y limpia mirada, y coherentes con una visión del mundo más agradable, idealista y fraternal. Desconfíen de aquellos que achacan un exceso de edulcorante en la trama ideada por Spielberg, pues está en su propia naturaleza, la de la película, ofrecer una historia de cuento tan bonita como fascinante donde sería absurdo calibrar su verosimilitud; simplemente es necesario un ánimo dispuesto a creer en la magia que rige la amistad entre un chico solitario y un ser tierno y amable de otro planeta.
El mérito de Spielberg es mayor si cabe en cuanto confecciona una trama que mezcla la ciencia ficción, en concreto de extraterrestres, con un género enfocado a los más pequeños, dando inicio, además, a toda una serie de películas ya míticas y con un espíritu de aventura como rasgo característico aglutinadas en torno a la nueva productora del director, Amblin (de lasque en esta sección hemos dado buena cuenta de ellas; Los Goonies, Regreso al Futuro, Quién engañó a Roger Rabbit, Hook, Parque Jurásico...). En este sentido, E.T fue la precursora de un cine familiar que marcó a generaciones de jóvenes cinéfilos gracias a su cuidada y cándida apuesta por valores como la amistad o el afán por vivir experiencias trepidantes.

Y todo a raíz de la llegada a la Tierra de E.T., un extraterrestre que se aleja demasiado de su nave perseguido por unos enigmáticos hombres y finalmente halla refugio en el cobertizo de una familia de la zona. Hasta que Elliot, el introvertido y curioso niño que lo acogerá como su improbable amigo, lo descubre en medio de la niebla cuando se disponía a sacar la basura con una mayúscula y evidente sorpresa. El acercamiento es paulatino, se observan mutuamente en sus actos, con precaución y desconfianza; pero el interés suscitado por la singularidad del otro es más fuerte y la conexión entablada entre ambos se va reforzando progresivamente venciendo las previsibles trabas prejuiciosas. La amistad, entonces, comienza a brotar y Elliott se asegura, con la ayuda de su hermano mayor y su pequeña hermanita, de que su nuevo compañero no sea descubierto por los adultos, personajes sin rostros y con un halo de misterio, que lo llevarán irremediablemente a la muerte.
La película de Spielberg camina de forma fluida, con una claridad expositiva pasmosa, sin ambages y con una mirada inocente como único foco con el que alumbrar su desarrollo. E.T. se introduce en la vida de la familia poco a poco, a través de escenas inolvidables de una comicidad incontenible insertas aún en nuestra memoria colectiva. Cómo olvidar esa hilera de caramelos de colores con los que guiar a E.T hasta un lugar seguro y lejos de miradas indiscretas, o la escena en la que el extraterrestre se pasa con la cerveza y el alcohol le provoca estragos evidentes, o cuando se disfraza en el armario para camuflarse entre un montón de peluches. Mención aparte merece el legendario "Teléfono, mi casa" o esa escena final de bicis voladores surcando el cielo con la luna como telón de fondo (imagen icónica donde las haya que dio identidad a la productora de Spielberg, Amblin), momentos siempre acompañados con la mítica banda sonora del maestro John Williams (er resumen de los mejores momentos aquí).
En E.T todos son recuerdos que permanecen indolentes al paso del tiempo en el imaginario social. Como el propio Spielberg ha reconocido en sucesivas entrevistas, esta es su película más personal, y se nota. Es mágica, hermosa, sincera, inocente, apasionante... sencillamente genial. Uno de esos films que jamás caerán en el olvido por su capacidad para encandilar tanto a jóvenes como a adultos que se niegan a crecer. Como su director, quién siempre soñó con que le cayera un amigo del cielo y décadas después lo consiguió con una envidiable dosis de imaginación y muchas más de aventura y calidad cinematográfica. Siempre llevaremos en nuestros corazones de cinéfilos a ese extraño ser de cuello superlativo, modales exquisitos, timidez encantadora, comicidad desarmante, ternura infinita y luminoso corazón; esté donde esté, E.T.

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