Crítica Un Dios Salvaje; El baile de máscaras del mundo civilizado

8/10
Todos nosotros, ciudadanos respetables de la civilización occidental, deberíamos realizar, cada cierto tiempo, un ejercicio de autopercepción; es decir, preguntarnos cómo nos definimos personal e intimamente, cuáles son nuestras inquietudes, ambiciones, flaquezas y contradicciones. Algo muy sencillo y saludable que nos permita vislumbrar, aunque sea mínimamente, en qué medida somos producto del 'contrato' social, qué grosor y forma adquiere la máscara que portamos con orgullo para mostrar al exterior una construcción ficticia de nuestra propia identidad, en ocasiones incluso desconocida, que oculte lo realmente auténtico que nos confiere naturaleza.
La dramaturga francesa Yasmina Reza ha demostrado ya ampliamente y con un refinado aunque malicioso sentido del humor, su capacidad para desvelar esas máscaras que la sociedad burguesa parece exigir para mantener una utópica armonía colectiva. Y además lo ha hecho a partir de un lenguaje y una temática universales, fácilmente accesibles en todos aquellos países donde su obra ha sido representada, que muestran la paulatina homogeneización de los comportamientos humanos y sus consecuentes conflictos en las diferentes sociedades desarrolladas. La sencilla premisa de Un Dios Salvaje, resumida en dos parejas burguesas intentando zanjar civilizadamente un enfrentamiento entre sus respectivos hijos pre-adolescentes, es asimilada con total conocimiento de causa tanto en España, Estados Unidos o Francia, de forma indiferente, como una manifestación común de un modo pautado de comportarse, de parecer respetables.
Esa dignidad pública es precisamente la que pierden de forma hilarante, incluso absurda, los personajes de esta Un Dios Salvaje, trasladada de forma magistral a la gran pantalla por el veterano director Roman Polanski. La recreación minuciosa del único espacio donde se desarrolla la trama (el salón del apartamento del matrimonio 'agredido') contribuye a crear una atmósfera opresiva en la que las interiorizadas convenciones sociales de sendas parejas (de un nivel económico y cultural medio-alto), basadas en una cordialidad impostada y en un forzado espíritu de conciliación, se van difuminando paulatinamente en favor de los instintos más primarios legados de nuestra propia naturaleza animal. Desde esa perspectiva naturalista, podríamos ver a ambas familias, ya despojadas de la parafernalia 'social', como a auténticos humanos primitivos defendiendo irracionalmente a su prole, y eternizando un conflicto en el nadie está dispuesto a ceder.
La obra de Reza (también guionista del film) suscita la reflexión sobre el ser humano en su vertiente social, en ese complejo juego de voluntades solapadas que configuran las relaciones entre iguales. Y lo hace construyendo un sutil engranaje de diálogos hilarantes en el contexto de una situación drámatica que, a causa de lo estrambótico de los sucesos, deviene en comedia. En este aspecto, Polanski demuestra una maestría sublime en su adaptación cinematográfica, ya que hilvana con fluidez una acción en tiempo real, en un sólo espacio y con un ritmo endiablado que mantiene al espectador en un estado de fascinación constante a lo largo de los 75 minutos de metraje. De hecho, Polanski no ahonda o modifica la obra original de Reza (a la cual tuve la suerte de asistir en Sevilla bajo la dirección de Tamzin Townsend y las interpretaciones de Maribel Verdú, Aitana Sánchez Gijón, Antonio Molero y Pere Ponce), sino que se mantiene fiel a la misma focalizando su labor en dirigir a un cuarteto actoral de calidad superior y desplegando toda su experiencia narrativa y visual de forma genial.
Y es que Un Dios Salvaje, a pesar del valor del material, no hubiese sido lo mismo sin la presencia abrumadora de cuatro actores en estado de gracia. El trabajo de Jodie Foster como la escritora altruista y un tanto perfeccionista que se siente, del alguna manera, herida por el acto violento contra su hijo es sencillamente memorable, al igual que la interpretación de Christoph Waltz (debemos agradecer a Tarantino de por vida de haberlo sacado a la luz con Malditos Bastardos) del cínico hombre de negocios al que su propia vanidad le impide reconocer los errores del hijo al que no atiende. Kate Winslet y John C. Reilly completan un cuarteto interpretativo al que Polanski dirige como si de una exquisita sinfonía in crescendo se tratase, hasta alcanzar el clímax final, que no es más que la constatación de la incapacidad de esos padres 'civilizados' de llegar a un acuerdo.
Y así, la película acaba como empieza, con el único plano exterior, como un punto de fuga de la mascarada  (sensacional el cartel) celebrada en el salón de una casa burguesa cualquiera (por ello las redundantes similitudes con El Ángel Exterminador de Buñuel), que arroja luz a la paradójica inmadurez de los adultos, mostrando la resolución paralela del conflicto, sin hipocresías ni poses vacuas, tan sólo con una sinceridad natural. Puro cine.

1 comentario:

  1. Lo mejor, sin duda, es su reparto. Todos tienen personajes excéntricos, pero brillan sin sobreactuar. Todos merecerían una nominación al oscar!

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