[Crítica] La cinta blanca


8/10

Cuando un director hace una película en blanco y negro en estos tiempos, es que insiste en decirnos algo. En una época donde la evolución del cine que trajo el Technicolor allá por finales de los años 30 está a la orden del día, algunos directores siguen creyendo que el blanco y negro dota a sus películas de un cierto aire de lección de Historia en imágenes. Y ciertamente es así. Por citar algunos ejemplos recientes, El Buen Alemán, donde un George Clooney vestido de oficial americano vivía sus historias durante la conferencia de Postdamn, tras la Segunda Guerra Mundial; Buenas Noches y Buena Suerte, donde de nuevo Clooney da un homenaje a un periodista que se esforzó por saltarse las férreas restricciones impuestas a la sociedad americana por el conocido senador Joseph McCarthy o el ejemplo más clásico: La Lista de Schindler, donde Steven Spielberg pone ante los ojos de todo el mundo la cruda realidad de los campos de concentración nazis y las desventuras de su protagonista interpretado por un apasionado Liam Neeson.
Utilizamos la cinta de Spielberg para ilustrar la película que ahora nos ocupa: La cinta blanca, una de las sensaciones del cine europeo y candidata a llevarse más de un premio en los más importantes festivales de Europa e incluso del otro lado del charco. De hecho, ya fue premiada con la Palma de Oro del Festival de cine de Cannes y el premio de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI), el premio a la mejor película y al mejor director en los premios de la Academia del Cine Europeo y una nominación a los Globos de Oro. La película narra una serie de sucesos ocurridos en un pequeño pueblo de Alemania al inicio de la Primera Guerra Mundial con un hilo conductor todos ellos y la investigación que inicia un joven profesor que llega al pueblo. Todo ello aderezado de un ritmo áspero y una bella fotografía en blanco y negro que explican el gran problema de la Europa de principios de siglo.
Entre los más dispares sucesos, se encuentran el tendido de un cable al paso de un caballo con el médico del pueblo en su lomo, un niño que es brutalmente vejado, golpeado y olvidado amén de un granero prendido en absoluto fuego. Será el nuevo profesor de la escuela el que, día a día en su clase, irá descubriendo que nada es lo que parece y que incluso los niños tienen más de un secreto guardado. Estos niños son educados en las más estrictas costumbres. Su vida se basa en la castidad y la obediencia. Si por casualidad, alguno de estos mandatos fallan, las consecuencias para los niños son verdaderamente brutales. Todo ello hasta descubrir el terrible final, un final sobrecogedor, áspero y amargo.
Pero lo que Haneke quiso hacer desprender de esta película es el verdadero origen de cualquier forma de tiranía, terrorismo o monopolio del poder. Y esto se produce cuando alguien cree tener la razón sobre cualquier ser vivo acerca de lo que es realmente justo. Aquí es donde se roza la tiranía, lo inhumano y se convierte en dominación. Por eso, el trasfondo de la película resulta interesante para el estudio del origen de los totalitarismos. El ejemplo más claro está en la familia. El padre domina a sus hijos, a su mujer y a la servidumbre. Si alguien intenta hacer lo contrario a sus designios, el castigo es cruel y representa la propia inhumanidad antes comentada.
Su director, el austríaco Michael Haneke, nunca dejará de sorprendernos. Desde sus primeras cintas allá por finales de los años 80 con ejemplos como El Séptimo Continente así como con El Video de Benny, el director ahondaba en la mente de una persona hasta desequilibrar no solo al propio personaje sino también a nosotros mismos. A lo largo de su decena de películas, Haneke siempre encuentra la fórmula para que el espectador se angustie reflexionando sobre cosas que le pueden ocurrir, no en su vida diaria, sino en algún momento de su vida. Algo bueno que se nos hace rescatar de este director es la facilidad con la que nos hace pensar acerca de temas como la violencia, las normas, el sexo o las relaciones sociales. Todas sus películas hacen mención, al menos, a alguno de estos temas. Bien sea Caché, con Juliette Binoche; ya sea la que quizás se ha convertido en su película más conocida y más internacional: Funny Games, de la cual se llegaron a hacer críticas en todos los sentidos. Desde gente que se esperaba algo más violento como personas que mostraron su aceptación ante tal obra maestra del cine europeo.
A modo de conclusión, La cinta blanca ofrece toda una gama de sensaciones para todos los públicos con estómago para aguantar dos horas y media de lección de Historia enmarcada en la vida de un pequeño pueblo y los acontecimientos que en él suceden. Tanto planteamiento, nudo como desenlace muestran al espectador que el blanco y negro todavía es inquietante. No en el sentido que todos conocemos ni donde nos debemos esperar que el asesino aparezca con un cuchillo detrás de la cortina del salón.
Aquí no hay asesino ni cuchillo. Hay opresión, caos, angustia y desobediencia. Hay una cinta blanca en el brazo de dos niños rubios.

El comienzo de la raza aria.

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