Crítica de Partir; La "Cárcel Dorada"

7/10
Probablemente derivada de nuestro histórico retraso en diferentes ámbitos de la vida social, cultural y política, en España se conserva una idea más o menos infundada de la supuesta modernidad de la sociedad francesa, ilustrada hasta la saciedad por películas, libros y otras manifestaciones culturales que pretenden retratar los valores de la misma. No obstante, más allá de los convencionalismos propios de la ignorancia, cada país o nación guarda celosamente una realidad que no siempre es envidiable, de puertas hacia dentro, en el cómodo y seguro calor del hogar.
Películas como la que hoy nos ocupa, Partir, se erigen como un mecanismo fundamental de “autoalerta”, es decir, un aviso que nos insta a mirar hacia dentro, hacia nuestros propios valores, creencias y prácticas sociales, obviando, por otro lado, la crítica o el desprecio fácil sobre otros modos de vidas no canónicamente aceptados como los idóneos. Con gran valentía Catherine Corsini, la directora de la cinta, se filtra entre los resquicios de un matrimonio convencional de la clase media francesa que goza de una buena posición económica y social y que se nos presenta aparentemente feliz. La historia nace de una ruptura de la concordia familiar, un hecho inverosímil a primera vista, que se antoja, en último término, como una consecuencia necesaria de una insatisfacción profunda que hunde sus raíces en el propio modelo burgués de la sociedad. Es, en este punto, en el que la figura femenina se constituye como el elemento más frágil. En la cinta de Corsini, Suzanne ha pasado la barrera de los 40, casada, con dos hijos, sin trabajo y, por tanto, con una vida encarrilado a unos cauces previsibles, se rebela contra su propio destino, va a protagonizar un cambio de rumbo sin tener en cuenta repercusiones en su propio futuro.
Sin duda, Corsini acierta plenamente cuando habla de que su protagonista se encuentra encerrada en una “cárcel dorada”; vive en una espaciosa y aséptica casa de las afueras de una bonita villa del sur de Francia con sus dos hijos adolescentes y su marido, médico de profesión. Tras varios años de inactividad, nuestra protagonista se plantea retomar su profesión, la de fisioterapeuta, para lo que el marido le facilita una consulta como si de un capricho pasajero se tratase. En acciones como esta, el marido muestra grandes dosis de condescendencia respecto a su mujer; al fin y al cabo, es él quien sostiene a la familia, mientras que la fisioterapia en algo así como un hobby para su mujer. Todas estas fricciones, aparentemente cubiertas por una cordial relación matrimonial, van a desvelarse bruscamente, de forma radical, cuando la mujer conozca a un amable y atento albañil catalán con el que iniciará una relación cada vez más estrecha, hasta desembocar en una pasión desbocada y prohibida que hace plantearse a nuestra protagonista los propios cimientos de su vida.
La mujer en torno a la que gravita la historia está brillantemente interpretada por la actriz británica Kristin Scott Thomas, a la que su directora no duda en describirla como una mujer dotada de algo “misterioso, de una belleza helada, de aparente dureza y tocada por cierta melancolía que la hace frágil y vulnerable a su vez”. Es probablemente ese halo misterioso y frágil el responsable de que, aun hoy día, con una edad complicada en el mundo del cine, Kristin continúe trabajando en películas de gran interés como Gosford Park, No le digas a nadie o la reciente Hace mucho que te quiero, gran película francesa por la que se alzó con un gran número de premios en el continente europeo. Scott Thomas dota a la película de entereza, de pasión y de bucólica temeridad, lo que hace entrever lo extremadamente difícil que hubiese sido esta película sin ella. La cámara la sigue allí donde va, los planos se acortan cuando se asfixia en su propio hogar junto a su posesivo marido, mientras que los encuadres se llenan de aire, en espacios abiertos como la playa y la montaña, cuando disfruta de su vida con su amante, vida que de cualquier modo, ha decidido probar.
Es de enorme interés asimismo el papel que desempeña el marido de Suzanne, interpretado por Yvan Attal, en el devenir de la película. Tras unos instantes de impacto al tener noticia de la aventura de su mujer con el albañil, el médico se asusta, siente el miedo a la soledad, a la pérdida y, fundamentalmente, a la humillación. En su propio espíritu no puede permitir que un hombre de clase baja, que recientemente ha salido de la cárcel tras problemas de estafa, consiga arrebatarle a su mujer. Es entonces, una vez se ha percatado de que la pasión de los dos amantes es irrefrenable y que los deseos de su mujer efectivamente prevalecen sobre su familia, cuando su carácter se torna posesivo, saca de dentro todos los tabúes y trapos sucios que se escondían en el sustrato subterráneo de su matrimonio y de la propia sociedad. Intenta asfixiar económicamente a su mujer, a al que deja sin consulta, sin ningún tipo de ingresos, con la esperanza última de que ella regrese, sin importar las condiciones en las que lo haga.
No obstante, Suzanne se muestra inflexible. Es incapaz de traicionarse a sí misma y a Iván, su amante, interpretado por el español Sergi López. Lleva a sus últimas consecuencias su pasión, al precio que sea, sin que nadie pueda detenerla, ni siquiera sus hijos, pues apenas se siente culpable. Al fin ha conseguido emanciparse espiritualmente, sin embargo, los problemas económicos y los intentos desesperados de su marido, que incluso consigue encarcelar a Iván, la conducen a una decisión dramática, a un final trágico.
Partir es , en último término, un canto a la mujer, a la libertad de poder decidir su vida, el camino que recorrer hacia la felicidad. Técnicamente bella, con la fotografía de Agnés Varda y la música de las viejas películas de Truffaut, Catherine Corsini consigue realizar una película sólida, intensa, sin concesiones, ambages ni cortapisas; nos cuenta la historia tal y como la siente, critica la sociedad paternalista en la que aún nos encontramos inmersa y nos brinda unas excelentes interpretaciones a flor de piel. Una película, en fin, recomendable por su valentía y sinceridad.

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