[Crítica] Need For Speed

Siempre es complicado adaptar una obra anterior, ya sea haciendo un remake de alguna película, llevando a la pantalla una obra literaria o traspasando la línea que existe entre el videojuego y el cine. Una línea muy estrecha que separa dos mundos completamente distintos pero que se nutren de continuas fuentes de inspiración mutuas.
Este redactor puede afirmar no haber jugado a más de diez videojuegos en toda su vida. Y entre ellos, curiosamente, se encuentran la mayoría de las ediciones del Need For Speed, con lo que todo lo que la película pretenda contar, parece cercano. Pese a las reticencias mostradas, la esperada adaptación de la franquicia creada por Electronic Arts no ha resultado tan decepcionante como se podía esperar.
Gracias, sobre todo, a un solvente Aaron Paul en su etapa post-Breaking Bad y en unos intentos por desencasillarse del papel que le ha dado la fama y el reconocimiento mundial. Su Jesse Pinkman queda atrás y ahora nos hallamos ante un actor con talento que tendrá que probarse en diferentes géneros (el próximo viernes se estrena Mejor otro día, en la que nos detendremos).
Efectos especiales a rebosar, un guión nada complicado y con muchos de los códigos definitorios de este tipo de películas en las que el lucimiento de los vehículos pasa por encima de cualquier otra consideración. Tampoco se puede esperar mucho más de una franquicia cuyos mayores valores de diversión eran las carreras temerarias por las ciudades intentando hacerse un hueco para participar en otras pruebas organizadas por “jefes” locales y consagrarse entre los ases de la velocidad.
Michael Keaton, interpretando a la radiofónica voz que se escuchaba en ocasiones por el videojuego, Dominic Cooper como el villano odiable, estereotipo de toda película similar. Need For Speed es una película del montón, pero del montón que merece la pena ver cada X tiempo sin importar su calidad más allá del mero entretenimiento con una buena dosis de palomitas.

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