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[Crítica] Mejor otro día

Normalmente, solemos encontrarnos películas que invitan al optimismo más exacerbado en situaciones que no dejan lugar a la alegría, optimismo o la vitalidad. Mejor otro día, la nueva película de Pascal Chaumeil (Los seductores, Llévame a la Luna) invita a sentarse, intentar disfrutar lo más posible y olvidarla en cuando cruzamos las puertas del cine en dirección a la vía urbana.
Pierce Brosnan sigue en su estela de trabajos, posiblemente bien remunerados, que le están sirviendo para tratar de no desaparecer tras su paso por la saga del agente secreto más famoso de la gran pantalla. Trabajar con Roman Polanski o con Susanne Bier han sido sólo algunos de los intentos del intérprete irlandés por labrarse un futuro alejado del encasillamiento de años anteriores. Imogen Potts estrenará hoy su segunda película en la cartelera española tras Need For Speed, una actriz que no resulta del todo simpática por su excesivo histrionismo pero que generará algunos admiradores por la sencillez del trato a sus personajes.
Dos personajes a los que acompañan Toni Collette, abonada ya a las películas que se ruedan fuera de la industria, y un Aaron Paul en su más que conseguido intento por zafarse de Jesse Pinkman y demostrar su valía como actor en productos de menor trascendencia pero mayor oportunidad en cuanto a cambio de género se refiere. Todos ellos son quienes adaptan una novela de Nick Hornby que versa sobre las segundas oportunidades para gente que cree no tener otra escapatoria ante los problemas de su vida.
Mejor otro día posee algunas secuencias absolutamente inverosímiles. Incluso la sobreactuación de muchos de sus intérpretes en ciertos momentos alejan al espectador de una película ya de por sí lejana. El tratamiento de estos problemas quizás es el equivocado y Chaumeil contribuye a extraer una imagen nada positiva de quienes sufren cada día humillaciones públicas, la soledad, la locura del amor o una grave enfermedad de un ser querido muy cercano. No parece que Mejor otro día esté dirigida a quienes acaban de salir de una depresión o quienes tienen en su cabeza demasiados problemas, de esos que consideramos graves y ante los que siempre nos empeñamos en creer que hay poca o ninguna solución.

[Crítica] Need For Speed

Siempre es complicado adaptar una obra anterior, ya sea haciendo un remake de alguna película, llevando a la pantalla una obra literaria o traspasando la línea que existe entre el videojuego y el cine. Una línea muy estrecha que separa dos mundos completamente distintos pero que se nutren de continuas fuentes de inspiración mutuas.
Este redactor puede afirmar no haber jugado a más de diez videojuegos en toda su vida. Y entre ellos, curiosamente, se encuentran la mayoría de las ediciones del Need For Speed, con lo que todo lo que la película pretenda contar, parece cercano. Pese a las reticencias mostradas, la esperada adaptación de la franquicia creada por Electronic Arts no ha resultado tan decepcionante como se podía esperar.
Gracias, sobre todo, a un solvente Aaron Paul en su etapa post-Breaking Bad y en unos intentos por desencasillarse del papel que le ha dado la fama y el reconocimiento mundial. Su Jesse Pinkman queda atrás y ahora nos hallamos ante un actor con talento que tendrá que probarse en diferentes géneros (el próximo viernes se estrena Mejor otro día, en la que nos detendremos).
Efectos especiales a rebosar, un guión nada complicado y con muchos de los códigos definitorios de este tipo de películas en las que el lucimiento de los vehículos pasa por encima de cualquier otra consideración. Tampoco se puede esperar mucho más de una franquicia cuyos mayores valores de diversión eran las carreras temerarias por las ciudades intentando hacerse un hueco para participar en otras pruebas organizadas por “jefes” locales y consagrarse entre los ases de la velocidad.
Michael Keaton, interpretando a la radiofónica voz que se escuchaba en ocasiones por el videojuego, Dominic Cooper como el villano odiable, estereotipo de toda película similar. Need For Speed es una película del montón, pero del montón que merece la pena ver cada X tiempo sin importar su calidad más allá del mero entretenimiento con una buena dosis de palomitas.