Crítica El Concierto; Melodioso canto hilarante

7/10

La comedia europea está de enhorabuena. Más allá de los gags escatológicos que imperan en el cine estadounidense, los realizadores del continente han encontrado su fórmula en personajes tiernos, historias entrañables y un ritmo frenético que propicia la sonrisa constante antes que la carcajada espontánea. En la mente de todos están cintas como las recientes Bienvenidos al Norte o Buscando a Eric. Son películas con alma, dirigidas al corazón, aparentemente sin pretensiones aunque con un profundo poso de crítica. Todos estos son ingredientes que se aglutinan en la certera El Concierto, tercer largometraje del rumano Radu Mihaileanu afincando en Francia, tras las muy apreciables y divertidas El tren de la vida y Vete y vive. Emociones engarzadas en una hilarante trama de chistes políticos y situaciones absurdas hábilmente conducidas es lo que nos ofrece ahora Mihaileanu en una recomendable cinta para el entretenimiento de una tarde de invierno.

La historia arranca con el impulsivo robo de una invitación de un concierto en el Chatelet de Paris por un degradado director de orquesta que debe limpiar cada día el teatro moscovita donde un día fue grande. Su oposición al régimen de Brezhnev le costó su carrera y ahora pretende tomarse la revancha lejos de Rusia. Para ello cuenta con su fiel amigo Grossman, junto al que reclutará a una alocada tropa de antiguos músicos que se ganan la vida en los trabajos más imprevisibles, y a su manager, un comunista nostálgico que no deja de soñar con el comunismo internacional.

Uno de los valores de El Concierto es la crítica política en clave de humor por la que caricaturiza tanto el pasado como el presente ruso; desde las anquilosadas mentes del comunismo que ahora nadie escucha, hasta el poder omnipotente de los oligarcas, representados en la película por un divertido músico frustrado que promociona la compañía. Sin duda, una de las escenas más hilarantes, es la de la boda que acaba con un tiroteo entre magnates al estilo gángster.

La trama se desarrolla con fluidez, deslizándose en algunas ocasiones en las secuencias más emotivas, aunque manteniendo el tipo hasta el final, cuando desemboca en el magistral concierto de Tchaikovski que encumbra a la banda en contra de lo que podía parecer al comienzo. Aquí al música surge con fuerza, implacable, como una preciosa floritura a modo de epílogo de una historia tierna de redenciones y segundas oportunidades. Las interpretaciones son correctas, en su mayoría de actores amateurs o poco reconocidos a nivel internacionales, a excepción de los actores franceses Francois Berléand y la exquisita Melanie Laurent, recordada como la vengativa judía de Malditos Bastardos.

No podemos más, pues, que recomendar el nuevo proyecto de Mihaileanu, que nos hace reír (aunque no emocionarnos excesivamente) con ganas y, sobre todo, nos eleva el ánimo con la música, ya sea clásica o folk.

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