Cine en la Otra Orilla; Alamar (México)

8/10
La belleza abisal del mar posee un extraño poder de atracción para el ser humano. La monotonía ondulante de su superficie, en ocasiones desatada súbitamente por un motor invisible, mágico, es apenas un hipnótico preámbulo del insondable universo que guarda en su interior, más allá de los terrenales rayos del sol, más allá de la inclemencia del mundo aéreo. Y como en el alma del hombre, es preciso bucear hasta lo más hondo, hacia la oscuridad incierta, para hallar su auténtico esplendor, el que permanece oculto, como una perfecta metáfora simbólica, aguardando a ser descubierta.
La película del mexicano Pedro González-Rubio bien podría ser concebida como un sugestivo viaje a la hermosa realidad del mar y sus gentes, una humilde muestra de la naturaleza simbiótica mantenida entre ambos en lo más recóndito del arrecife de coral caribeño, donde la intemporalidad de la vida nos arroja a un estado de instantaneidad perpetua. Allí, los escasos pescadores que duermen cada noche sobre palafitos practican rutinariamente las técnicas de pesca que sus antepasados les legaron como única herencia, un modo de vida en el que la conexión con el mar es mucho más que una tarea de subsistencia.
El espectador asiste a la aventura iniciática del joven Natan, un niño de cinco años criado en Roma que acude a Banco Chinchorro para pasar una temporada con su padre, un pescador local que mantuvo una relación amorosa con una italiana truncada finalmente por el carácter antagónico de sus culturas y necesidades vitales. En el breve preámbulo narrado en voz en off, se argumenta con magistral sencillez la génesis y desarrollo de una historia abocada a la incomprensión, únicamente salvada por ese vigoroso vínculo suscitado con el nacimiento del niño.
Ante los ojos de Natan desfilan una amalgama de sonidos, colores y texturas nunca antes experimentados; el vaivén insidioso del mar, el sabor del pescado fresco, la frugalidad de la vida del lugar, la excitante sensación del aprendizaje de lo desconocido. Y sobre todo, la relación con el padre, el respeto y la admiración hacia aquel que, a través del cariño y la protección, descubre ante ti las maravillas ocultas de la vida, como un precursor de todas aquellas experiencias que aún quedan por advertir en el futuro.
La película de González-Rubio focaliza toda su acción en la mirada contemplativa de la rutina; una mirada sosegada, como un mar en calma, que bucea en los hermosos detalles que componen el majestuoso fresco marítimo retratado por la cámara con una belleza plástica insuperable. Cada encuadre de la trama parece obedecer a una clara intencionalidad artístitica, como si el director hubiese deseado engarzar instantáneas fotográficas en un discurso fílmico pausado e irradiado por el carácter oceánico del paisaje. Una delicia visual para disfrutar con el ánimo tranquilo y la mente despejada, para dejarte contagiar por ese espíritu de conquista continua de la naturaleza que nos rodea, en la batalla diaria por la supervivencia, en lo esencialmente humano que aún detentamos en nuestro interior más recóndito.
Alamar es una rara avis en el cine mexicano contemporáneo, contaminado justificadamente por la violencia que inunda el orden social del país en un ejercicio de crónica histórica necesaria de cualquier forma. Una película que muestra que existe algo más que dolor y pesar en un pais definido por sus contrastes. La belleza de sus paisajes continúa tan vívida que por momentos todo se olvida en favor de la más deleitable contemplación, al más pura conexión con la naturaleza.

1 comentario:

  1. Muy buen filme. Lo vi varias veses muy instructivo y ensena la vida de los pescadores.

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