No se exactamente donde leí la frase con la que titulo mi crítica. Sin duda sería en algún sitio especializado en cine, en Scorsese o en la ciudad de Nueva York. Algo me hace intuir que esta película, realizada en 1977 con un alto presupuesto que se llevó los sueldos de Robert De Niro (en su tercera colaboración con Scorsese) y Liza Minelli así como en los fastuosos decorados que enmarañan toda la película. Pero New York, New York no es un clásico al uso. Ni siquiera fue un éxito en su época. Lo que realmente hace a esta película ser considerada como un clásico es que Liza Minelli, al final de la película, nos transporte hasta la ciudad de Nueva York mediante una serie de notas musicales enlazadas en lo que se denominó todo un himno a la ciudad "que nunca duerme". La canción alcanzaría honores de grandeza cuando Frank Sinatra entonó la canción inmediatamente después de su estreno.
Más de dos horas y media de metraje en el que vemos como dos actores como De Niro y Minelli ofrecen interpretaciones más que diversas. Mientras el primero realiza una de las grandes interpretaciones de su carrera poniéndose en la piel de un saxofonista medio rematado mentalmente, Minelli se limita a cumplir su papel y brillar en sus números musicales, realmente bien conseguidos. Por eso se invirtió tanto en esta película. Para que el homenaje que Scorsese quería trazar en torno a su ciudad natal fuese un éxito.
Nada más lejos de la realidad. La cinta resultó un fracaso y ni la presencia de De Niro, ganador del Oscar unos pocos años antes por su genial interpretación de un joven Vito Corleone en El Padrino II ni el trabajo de Liza Minelli, ganadora del Oscar a la mejor actriz en 1972 por Cabaret hicieron que la gente se acercara a los cines. Tampoco el últimamente utilizado como reclamo publicitario primordial nombre de Martin Scorsese, a quien las nuevas generaciones solemos tener como un auténtico manual viviente del cine.
Con escenas realmente memorables, New York New York se ofrece al espectador como una aventura única de sentir, vivir y emocionarse al adentrarnos en lo más profundo del Nueva York posterior a la Segunda Guerra Mundial, más concretamente cuando los soldados regresan victoriosos tras su contienda con los japoneses. De Niro nos da un completo manual de cómo ligar en una fiesta con una chica desconocida mientras que disfrutamos viendo como Liza Minelli se empeña en darle calabazas. Geniales también son los momentos que ambos viven en pareja incluso las más crudas discusiones, entre ellas la que tiene lugar en el coche de ambos cuando ella decide marcharse del local en el que están y tras hablar con un productor musical que promete lanzar su carrera en el mundo de la música. Aquí comenzará una pugna entre ambos por ver quien llega más lejos en el complicado mundo del espectáculo.
Si ponemos algún punto negativo a la película, será el referente al guión, el cual se hace en algunas ocasiones demasiado pesado y poco llevadero. Por lo demás, tanto la banda sonora enmarcada en el contexto de la aparición y explotación del jazz como música que definía a los Estados Unidos en la época como la fotografía, trabajada por el gran Laszlo Kovacs, hacen que el espectador disfrute escuchando a sus protagonistas, sus canciones, sus problemas y sus debilidades.
Pero usted quédese hasta el final para deleitarse con la canción que da fin a la película. A mí personalmente me gusta más la incomparable voz de Sinatra pero merece la pena escuchar a Liza Minelli sentir, vivir y emocionarnos con cada nota que sale de su boca al entonar ese mágico himno que hoy es todo un auténtico clásico.
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