7/10
Las dicotomías morales que se nos presentan a lo largo de nuestras vidas suponen una carga muy pesada que son aliviadas cuando la necesidad aprieta. El universo en sí mismo se encierra en un angosto túnel en que no tiene cabida más de una salida; todo se antoja complejo, extraño, dañino. Parece que cualquier movimiento en falso puede provocar la caída más estrepitosa; mejor esperar, permanecer pasivo. El miedo es la sensación más paralizante a la que el ser humano se puede enfrentar, ya que no sólo domina nuestros actos, sino también los pensamientos, las inquietudes, las necesidades que rigen nuestras vidas. Esperar, al fin, que todo haya sido un mal sueño, un estado onírico de pesar y sufrimiento del que despertar y sentir algo que no sea ese temor incisivo y seco que nos atormenta.
Hace algunos días comentábamos en este blog la traumática herencia heredada por Fausta de su doliente madre en La teta asustada, un miedo arraigado en las entrañas del ser, enraizado en el alma penitente de una muchacha que no se atrevía a vivir. Hoy, a través de ese nexo de unión que es Magaly Solier, abordaremos otra clase de miedo, el que hace de Amador una crónica descarnada de la rutinaria batalla de una inmigrante cualquiera en un territorio hostil y con un abanico de posibilidades francamente limitado.
Las leyes de nuestro país plenamente democrático no cesan de repetir esa máxima liberal de la igualdad de oportunidades de todos sus ciudadanos. No obstante, debemos suponer que esos ciudadanos no pueden estar a un mismo nivel para acceder a ese derecho; es decir, el dinero, la posición social o las influencias ayudan y mucho para que el resto te pueda considerar merecedor de un derecho a todas luces restringido. Imaginemos por un momento la escabrosa situación de una mujer inmigrante, embarazada, sin dinero ni trabajo y ligada a un hombre que la ignora. La llamaremos Marcela. Su instinto la invita a escapar, a huir de una vida que ya no es más que una excusa para seguir respirando y sufriendo a partes iguales; pero, adónde ir cuando no te queda nadie, cuando tu hogar está más allá del océano, cuando tu razón te impele a sobrevivir de la única manera que has conocido. Entonces Marcela se queda, espera una nueva oportunidad entre los bloques de hormigón del extrarradio de una ciudad cualquiera, pacientemente, sufriendo, y en silencio. Tan sólo late un segundo corazón en su interior. Dónde queda, pues, la igualdad para elegir una vida digna.
Amador, la nueva película de Fernando León de Aranoa, bien podría haberse titulado Marcela, pues es ella, con el rostro ensimismado y enigmáticamente bello de Magaly Solier, quien aparece en cada plano, quien centra las miradas del espectador-cómplice como un poderoso vórtice de realismo sin concesiones, crudo y pausado, como la vida misma. Aranoa nos habla de la mujer como un sujeto pasivo en el padecimiento de las miserias que depara la vida, reivindicando asimismo su rol activo en la búsqueda de soluciones para ponerles fin. De hecho, es la mujer, en este caso Marcela, quien encuentra un trabajo con el que sustentar el negocio de florista precario de su marido, aunque sea para poder pagar la entrada de un frigorífico para conservar las flores que roban en almacenes.
Marcela trabaja en la casa de un anciano (interpretado por Celso Bugallo) que ya no puede valerse por sí mismo. Su hija (Sonia Almarcha) se está construyendo una casa a las afueras de la ciudad, por lo que no tiene tiempo suficiente para cuidar de su propio padre, por ello recurre a una desconocida a la que pagar míseramente sin que esta pueda ni siquiera reparar en la injusticia que está sufriendo; ella únicamente quiere el dinero, aunque sea poco. Así, comienza a entablar una curiosa relación con Amador, el anciano, hasta que ocurre un hecho inesperado que haga mutar radicalmente la situación y ponga a Marcela en una dicotomía moral que sólo puede resolver una cosa, la necesidad que la incita a vivir de forma instintiva.
Aranoa imprime un ritmo lento y pausado al desarrollo de una trama en la que, en ocasiones, parece no acontecer absolutamente nada. Se deja incluso adivinar una fascinación poco disimulada por la figura de Solier, a la que se rinde un tributo visual en forma de planos cortos e introspectivos que buscan desvelar los sentimientos de Marcela más allá de su sosegada apariencia de indiferencia. Amador es una de esas películas que suponen toda una experiencia si se tiene la paciencia suficiente para presenciar cómo aflora lentamente la historia, para percatarse de los detalles nimios que enriquecen cada plano, para sentir, en fin, el intenso debate ético-espiritual que se libra en el interior de la protagonista.
El resultado es demoledor; sales del cine con una extraña sensación de pesadumbre, la mente abrumada por la historia que permanece, que se instala en tu consciencia de forma irremisible; reflexionando acerca de un final sorpresivo, genial y desalentador que termina por golpear por última vez tu maltrecha sensibilidad. Entonces te rebelas ante la hipocresía de una sociedad que se atreve a culpar de la situación actual a personas que acuden a nuestro país con el único objetivo de sobrevivir, en lugar de reconocer la desidia y la manifiesta falta de principios que hemos demostrado como pueblo, impasible ante todas las tropelías cometidas por gobierno, sindicatos, bancos o empresas sin escrúpulos. Y encima clamamos que nos invaden, nos sentimos amenazados, al mismo tiempo que cuidan de nuestros padres y abuelos, barren nuestras calles, cuidan nuestros campos y realizan todas las tareas que los "nuevos ricos" autóctonos no se dignan a acometer.
Desgraciadamente, en España son pocos los que se atreven a retratar una situación tan penosa como la de los inmigrantes. Parece no interesar mirar justo al lado y percatarse de la miseria que nos rodea. Es una verdadera suerte que un realizador de la maestría de Fernando León de Aranoa haga honor a su compromiso social y nos regale visiones tan fundadas como esta. Amador, probablemente, no sea su mejor película, y ni siquiera se acerque a la brillantez de Los lunes al sol, pero sin duda, es una apuesta necesaria en estos tiempos de crisis en los que es muy fácil culpar al más débil y eludir cualquier tipo de responsabilidad.
Hace algunos días comentábamos en este blog la traumática herencia heredada por Fausta de su doliente madre en La teta asustada, un miedo arraigado en las entrañas del ser, enraizado en el alma penitente de una muchacha que no se atrevía a vivir. Hoy, a través de ese nexo de unión que es Magaly Solier, abordaremos otra clase de miedo, el que hace de Amador una crónica descarnada de la rutinaria batalla de una inmigrante cualquiera en un territorio hostil y con un abanico de posibilidades francamente limitado.
Las leyes de nuestro país plenamente democrático no cesan de repetir esa máxima liberal de la igualdad de oportunidades de todos sus ciudadanos. No obstante, debemos suponer que esos ciudadanos no pueden estar a un mismo nivel para acceder a ese derecho; es decir, el dinero, la posición social o las influencias ayudan y mucho para que el resto te pueda considerar merecedor de un derecho a todas luces restringido. Imaginemos por un momento la escabrosa situación de una mujer inmigrante, embarazada, sin dinero ni trabajo y ligada a un hombre que la ignora. La llamaremos Marcela. Su instinto la invita a escapar, a huir de una vida que ya no es más que una excusa para seguir respirando y sufriendo a partes iguales; pero, adónde ir cuando no te queda nadie, cuando tu hogar está más allá del océano, cuando tu razón te impele a sobrevivir de la única manera que has conocido. Entonces Marcela se queda, espera una nueva oportunidad entre los bloques de hormigón del extrarradio de una ciudad cualquiera, pacientemente, sufriendo, y en silencio. Tan sólo late un segundo corazón en su interior. Dónde queda, pues, la igualdad para elegir una vida digna.
Amador, la nueva película de Fernando León de Aranoa, bien podría haberse titulado Marcela, pues es ella, con el rostro ensimismado y enigmáticamente bello de Magaly Solier, quien aparece en cada plano, quien centra las miradas del espectador-cómplice como un poderoso vórtice de realismo sin concesiones, crudo y pausado, como la vida misma. Aranoa nos habla de la mujer como un sujeto pasivo en el padecimiento de las miserias que depara la vida, reivindicando asimismo su rol activo en la búsqueda de soluciones para ponerles fin. De hecho, es la mujer, en este caso Marcela, quien encuentra un trabajo con el que sustentar el negocio de florista precario de su marido, aunque sea para poder pagar la entrada de un frigorífico para conservar las flores que roban en almacenes.
Marcela trabaja en la casa de un anciano (interpretado por Celso Bugallo) que ya no puede valerse por sí mismo. Su hija (Sonia Almarcha) se está construyendo una casa a las afueras de la ciudad, por lo que no tiene tiempo suficiente para cuidar de su propio padre, por ello recurre a una desconocida a la que pagar míseramente sin que esta pueda ni siquiera reparar en la injusticia que está sufriendo; ella únicamente quiere el dinero, aunque sea poco. Así, comienza a entablar una curiosa relación con Amador, el anciano, hasta que ocurre un hecho inesperado que haga mutar radicalmente la situación y ponga a Marcela en una dicotomía moral que sólo puede resolver una cosa, la necesidad que la incita a vivir de forma instintiva.
Aranoa imprime un ritmo lento y pausado al desarrollo de una trama en la que, en ocasiones, parece no acontecer absolutamente nada. Se deja incluso adivinar una fascinación poco disimulada por la figura de Solier, a la que se rinde un tributo visual en forma de planos cortos e introspectivos que buscan desvelar los sentimientos de Marcela más allá de su sosegada apariencia de indiferencia. Amador es una de esas películas que suponen toda una experiencia si se tiene la paciencia suficiente para presenciar cómo aflora lentamente la historia, para percatarse de los detalles nimios que enriquecen cada plano, para sentir, en fin, el intenso debate ético-espiritual que se libra en el interior de la protagonista.
El resultado es demoledor; sales del cine con una extraña sensación de pesadumbre, la mente abrumada por la historia que permanece, que se instala en tu consciencia de forma irremisible; reflexionando acerca de un final sorpresivo, genial y desalentador que termina por golpear por última vez tu maltrecha sensibilidad. Entonces te rebelas ante la hipocresía de una sociedad que se atreve a culpar de la situación actual a personas que acuden a nuestro país con el único objetivo de sobrevivir, en lugar de reconocer la desidia y la manifiesta falta de principios que hemos demostrado como pueblo, impasible ante todas las tropelías cometidas por gobierno, sindicatos, bancos o empresas sin escrúpulos. Y encima clamamos que nos invaden, nos sentimos amenazados, al mismo tiempo que cuidan de nuestros padres y abuelos, barren nuestras calles, cuidan nuestros campos y realizan todas las tareas que los "nuevos ricos" autóctonos no se dignan a acometer.
Desgraciadamente, en España son pocos los que se atreven a retratar una situación tan penosa como la de los inmigrantes. Parece no interesar mirar justo al lado y percatarse de la miseria que nos rodea. Es una verdadera suerte que un realizador de la maestría de Fernando León de Aranoa haga honor a su compromiso social y nos regale visiones tan fundadas como esta. Amador, probablemente, no sea su mejor película, y ni siquiera se acerque a la brillantez de Los lunes al sol, pero sin duda, es una apuesta necesaria en estos tiempos de crisis en los que es muy fácil culpar al más débil y eludir cualquier tipo de responsabilidad.
Hola Jesús
ResponderEliminarMás que una crítica, estas líneas se acercan a un Manifiesto Social y comparto alguna de las ideas al respecto.
Respecto a la cinta, no puedo decir nada, todavía no lo he visto, pero lo haré. Soy un gran admirador de Los Lunes al Sol, pero creo que ésta no va superarla.
Desde la Ignorancia, Lucas Liz.
He de reconocer que a veces me apasiono, Lucas, pero creo que todo esto del cine es también una herramienta social que suscita una gran cantidad de sentimientos. Amador, con algunos apuntes realistas, es capaz de hacerte pensar acerca de nuestro mundo.
ResponderEliminarIndudablemente, Amador no llega al nivel de Los Lunes al Sol, pues ésta es una verdadera obra maestra. Pero te sigo animando a verla, no obstante.
Un saludo desde nuestro blog y seguimos en contacto!