Absorbente cinta de Oliver Stone en la que tenemos ocasión de contemplar a uno de los personajes más maléficos de los años 80. No hace falta ser un asesino a sueldo, ni un violador, ni un secuestrador. Basta con ser Michael Douglas en la piel de Gordon Gekko.
Una interpretación premiada con un Globo de Oro y un Oscar para un actor que jamás volvió a ver su nombre reflejado en la máxima categoría interpretativa de los premios más importantes del cine y que ahora, en octubre de 2010, regresa a las carteleras de todo el mundo con una nueva aventura compartida con Shia LaBeouf, Josh Brolin y Carey Mulligan.
Wall Street es una película que refleja la tiranía de esos elegidos que poseen una suerte de inteligencia especial y una insuficiencia de escrúpulos tan evidente que son capaces de mover, detener, robar y transformar dinero en más dinero, en posesiones o en fama siempre evidenciada sobre ellos mismos. Gordon Gekko representa todo lo malo de la economía, todo lo malo de la banca y todo lo malo de ese incierto mundo que es la Bolsa, el cual casi nadie acierta a definir aun apareciendo todos los días en los telediarios y dependiendo nuestra vida prácticamente de los movimientos de toda esa gente reunida en un parqué decidiendo sobre las idas y venidas del dinero mundial.
Wall Street posee un fantástico guión escrito por el propio Oliver Stone, director de la película, que recoge fielmente y sin aspavientos los frenéticos movimientos dentro del mundo de la Bolsa. Nuestras miradas se centran en el personaje de Charlie Sheen, Bud Fox, un joven hombre de negocios que pretende acercarse a Gordon Gekko y su empresa para ser alguien en la vida, o mejor dicho, para ser ampliamente rico. Bud Fox es recreado de manera magistral por el irregular hijo de Martin Sheen, quien también aparece en la película, creando una identificación con el espectador a la hora de mantener una distancia emocional con el personaje de Michael Douglas, a pesar de ser omnipresente en pantalla.
El logro de la película radica en el acercamiento de los personajes, a pesar de los complicados diálogos, al espectador quien no entiende absolutamente nada de economía y que, pese a ello, no se siente marginado por la película. Aquí, el espectador no es uno más del negocio. No participamos de la Bolsa. Pero identificamos plenamente que Gordon Gekko es un completo hijo de mala madre y Bud Fox es otro hijo de mala madre pero con un toque de humanidad y honestidad que, a pesar de sus avariciosos objetivos, le diferencia ampliamente de su jefe.
El sustantivo principal que define la película es "avaricia". Dinero llama a dinero y eso lo saben los dos protagonistas. Las relaciones sociales, amorosas, familiares quedan en entredicho en todo momento. El dinero es el único motor de una sociedad basada en el aumento de las riquezas. Los hombres hechos a sí mismos son los únicos que parece que tienen derecho a existir. Wall Street es el resumen de todas esas vidas de esos "machotes" trajeados y con corbatas de seda que manejan los hilos de la economía mundial y la riqueza de las empresas a su antojo.
Técnicamente, es una película rodada con ritmo que no desmerece la atención en ningún momento y donde el espectador agradece dosis de ingenio combinadas con escenas románticas para luego finalizar con muestras de falta de escrúpulos, siempre presentes en la cinta. Incluso cuando el descontrol parece haber llegado a la vida de los dos protagonistas, la película capta de manera magistral un buen final para una más que excelente historia de "tiburones financieros".
Con una banda sonora original del legendario batería del grupo británico The Police, Stewart Copeland, Wall Street es una experiencia económica muy interesante que merece la pena revisar antes de acudir al cine para volver a ver a Michael Douglas y al personaje que lo consagró en la Meca del Cine en Wall Street: El Dinero Nunca Duerme. Un Gordon Gekko que vuelve a nuestras vidas tras 23 años con ánimo de volver a complicar las vidas y las cuentas corrientes de miles de personas.
Por que el paso del tiempo no cura la falta de escrúpulos. Y de eso Gekko sabe un rato.
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