7/10
Una pantalla en negro, un quejumbroso canto, una historia de sufrimiento y odio. Todos los males del mundo se transmiten de forma oral.
Claudia Llosa nos traslada al remoto desierto peruano para narrarnos las consecuencias, aún candentes, del conflicto que desoló el país en las últimas décadas del siglo XX. El grupo terrorista Sendero Luminoso, de ideología maoísta, llevó a cabo su particular guerra contra el gobierno sembrando el terror entre los campesinos y la población civil de un país sumido en la depresión y condenado al más aciago destino. En la actualidad, el sonido de las balas y crujir de las botas militares sobre la grava han cesado, pero las heridas continúan abiertas, silenciosas, recluidas en la íntima protección del hogar.
La madre de Fausta rememora el terror a través de un leve canto en una lengua arraigada a la tierra, el Quechua. Lo hace con lágrimas en los ojos y crudeza en las palabras, sin apenas contener el rencor hacia aquellos que ni siquiera se atreve a nombrar. Fausta la contempla con la mirada perdida, contaminada por esa enfermedad que la embarga desde el preciso momento de su concepción. La teta asustada, la denominan los campesinos. Un mal que se transmite por la leche materna de las mujeres que fueron violadas y quedaron embarazadas tras ese cruel acto de dominación. Los hijos de esas mujeres crecen sin alma, como espectros de un mundo en el que jamás deberían haber estado.
Fausta padece esa enfermedad, y por ello permanece al lado de su madre, velándola con suaves cantos, hasta que esta muere entregada a la tristeza. Ahora Fausta debe vivir sola, con los temores arraigados en lo más hondo de su alma. Debe trabajar en casa de una mujer rica para conseguir dinero y así poder pagar el funeral de su madre, que permanece amortajada debajo de su cama. Pero su incapacidad para confiar en nadie supone un importante escollo que salvar si realmente desea continuar viviendo. La historia de su madre, su propia historia, permanece enraizada en su interior, como un tubérculo que amenaza con crecer y poseer lo que le resta de vida.
Claudia Llosa cuenta para esta difícil empresa con un actriz que ya descubrió en su anterior trabajo, Madeinusa. Magaly Solier interpreta a Fausta como un animal circunspecto, cauteloso y siempre alerta. Su mirada tiene algo de felino, sus movimientos instintivos, un aire de criatura lastimaba, acobardada. Ella llena la pantalla, dota de coherencia a la película, sostiene el ritmo pausado y contemplativo de la historia. Solier confiere de un verismo a su personaje abrumador, desarmante y doloroso. Todo un hallazgo que ha servido para que el gran Fernando León de Aranoa la haya convertido en la figura central de su nueva película, Amador.
La teta asustada es una película para ver con el sosiego que una obra de arte exige. Es una lástima que aún con la más absoluta atención, aparezca cierto tedio en su desarrollo por la acentuación lírica que imprime Llosa en cada plano, por otro parte de gran belleza cotidiana. No obstante, la trama se abre ante el espectador como una flor de patata (apunte para los que la hayan visto), inaudita y hermosa a la vez; un profundo relato de las traumáticas consecuencias del horror de la guerra y la desprotección de los más débiles, al fin y al cabo, los que siempre sufren.
Claudia Llosa (recordemos, sobrina del flamante nuevo premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, consiguió un éxito absoluto con esta película, alzándose con el Oso de Oro de Berlín y siendo nominada a la Mejor Película de Habla no Inglesa en los Oscar 2009. Y es que más que una película brillante, La teta asustada es un complejo retrato psicológico sobre el pesar que acarrea la memoria y la cultura del entorno campesino más remoto. Una forma diferente de hacer cine que merece nuestro más sincero apoyo. Buen cine sudamericano para continuar con esta sección reivindicativa de nuestros vecinos de la otra orilla.
Claudia Llosa nos traslada al remoto desierto peruano para narrarnos las consecuencias, aún candentes, del conflicto que desoló el país en las últimas décadas del siglo XX. El grupo terrorista Sendero Luminoso, de ideología maoísta, llevó a cabo su particular guerra contra el gobierno sembrando el terror entre los campesinos y la población civil de un país sumido en la depresión y condenado al más aciago destino. En la actualidad, el sonido de las balas y crujir de las botas militares sobre la grava han cesado, pero las heridas continúan abiertas, silenciosas, recluidas en la íntima protección del hogar.
La madre de Fausta rememora el terror a través de un leve canto en una lengua arraigada a la tierra, el Quechua. Lo hace con lágrimas en los ojos y crudeza en las palabras, sin apenas contener el rencor hacia aquellos que ni siquiera se atreve a nombrar. Fausta la contempla con la mirada perdida, contaminada por esa enfermedad que la embarga desde el preciso momento de su concepción. La teta asustada, la denominan los campesinos. Un mal que se transmite por la leche materna de las mujeres que fueron violadas y quedaron embarazadas tras ese cruel acto de dominación. Los hijos de esas mujeres crecen sin alma, como espectros de un mundo en el que jamás deberían haber estado.
Fausta padece esa enfermedad, y por ello permanece al lado de su madre, velándola con suaves cantos, hasta que esta muere entregada a la tristeza. Ahora Fausta debe vivir sola, con los temores arraigados en lo más hondo de su alma. Debe trabajar en casa de una mujer rica para conseguir dinero y así poder pagar el funeral de su madre, que permanece amortajada debajo de su cama. Pero su incapacidad para confiar en nadie supone un importante escollo que salvar si realmente desea continuar viviendo. La historia de su madre, su propia historia, permanece enraizada en su interior, como un tubérculo que amenaza con crecer y poseer lo que le resta de vida.
Claudia Llosa cuenta para esta difícil empresa con un actriz que ya descubrió en su anterior trabajo, Madeinusa. Magaly Solier interpreta a Fausta como un animal circunspecto, cauteloso y siempre alerta. Su mirada tiene algo de felino, sus movimientos instintivos, un aire de criatura lastimaba, acobardada. Ella llena la pantalla, dota de coherencia a la película, sostiene el ritmo pausado y contemplativo de la historia. Solier confiere de un verismo a su personaje abrumador, desarmante y doloroso. Todo un hallazgo que ha servido para que el gran Fernando León de Aranoa la haya convertido en la figura central de su nueva película, Amador.
La teta asustada es una película para ver con el sosiego que una obra de arte exige. Es una lástima que aún con la más absoluta atención, aparezca cierto tedio en su desarrollo por la acentuación lírica que imprime Llosa en cada plano, por otro parte de gran belleza cotidiana. No obstante, la trama se abre ante el espectador como una flor de patata (apunte para los que la hayan visto), inaudita y hermosa a la vez; un profundo relato de las traumáticas consecuencias del horror de la guerra y la desprotección de los más débiles, al fin y al cabo, los que siempre sufren.
Claudia Llosa (recordemos, sobrina del flamante nuevo premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, consiguió un éxito absoluto con esta película, alzándose con el Oso de Oro de Berlín y siendo nominada a la Mejor Película de Habla no Inglesa en los Oscar 2009. Y es que más que una película brillante, La teta asustada es un complejo retrato psicológico sobre el pesar que acarrea la memoria y la cultura del entorno campesino más remoto. Una forma diferente de hacer cine que merece nuestro más sincero apoyo. Buen cine sudamericano para continuar con esta sección reivindicativa de nuestros vecinos de la otra orilla.
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