Dulce Cine de Juventud; Dentro del laberinto

 8/10
Cómo puede concebirse la infancia de cualquier persona sin unas dosis ingentes de fantasía aderezadas con criaturas mitológicas, situaciones estrambóticas y tramas vertrebadas en torno a aventuras muy alejadas de la vida cotidiana. Cuando tienes nueve o diez años tu mente demanda historias tan inverosímiles como absolutamente trepidantes; se trata de ese espíritu ingenuo que nos ha movido a todos alguna vez y nos ha hecho soñar con mundos paralelos, tierras lejanas y territorios ignotos aún por descubrir. La generación de niños de los 80, coartados por las escasas aventuras que se podían emprender en los anodinos barrios de las capitales (ahora es aún peor), encontraron un aliado perfecto para su desbocada imaginación en libros y películas con la clara vocación de sugestionar el hemisferio cerebral derecho, o lo que es lo mismo, el mecanismo del que emerge la inventiva, el pensamiento creativo y la imaginación constructiva. Cualquier premisa de ficción servía para crear una historia con un inestimable poder de evocación que nos trasladaba a una realidad insólita y, por supuesto, más admirable que la rutinaria tarea de acudir al colegio cada mañana. Es una lástima que, cuando crecemos y las obligaciones aumentan acordes a los años discurridos, esa fantasía que algún día nos hizo libres y felices desaparezca para dar paso a la implacable instantaneidad de las cosas.
Reconozco sin pudor alguno que soy un gran admirador del cine fantástico de los 80's. En esta maravillosa sección he venido dando cuenta de algunas de esas películas, ya inmortales, que suscitaron en este humilde servidor una mezcla de curiosidad indómita y puro goce para los sentidos en la más tierna infancia. Sin duda alguna, fue una década prodigiosa para el género fantástico familiar, apto para todos los públicos y algo ingenuo en su planteamiento y en sus formas de llevarlo a cabo. Títulos como Legend, La princesa prometida, E.T, Excalibur, Lady Halcón o Cristal Oscuro sólo son algunos ejemplos de un cine concebido para entrentener a jóvenes y adultos a través de un uso desaforado de la fantasía. Dentro del laberinto (Labyrinth, 1986) es, en este sentido, un paradigma del género que no podía excluir de esta sección-homenaje al cine que contribuyó a que mi imaginación brotase espontáneamente en los años de mi primera juventud.
Concebida como un cuento surrealista en un mundo oscuro y enigmático, Dentro del laberinto enlaza con muchas de las tradiciones mitológicas enraizadas en la cultura occidental a través de la introducción de diferentes figuras fantásticas que jalonan una trama laberíntica en sí misma. La película nos cuenta la historia de una adolescente algo ensoñadora que debe cuidar contra su voluntad de su hermano pequeño en una lluviosa noche cuando sus padres acuden a una cena. La chica recita unas palabras para asustar al pequeño, pero, para su sorpresa, invoca a los goblins, unos pequeños monstruos que llevan a su hermano ante el rey de su mundo. Para recuperarlo, Sarah deberá recorrer un impenetrable laberinto donde se enfrentará a temibles peligros (y acertijos con los que ejercitar su mente) y se aliará con improbables compañeros de ruta antes que transcurran trece horas y su hermano se convierta para siempre en un globlin.
Producida por George Lucas, Dentro del Laberinto reunió tras las cámaras a algunas de las figuras más interesantes de la década; Terry Jones, uno de los fundadores de los Monty Phyton, firmó el guión, Trevor Jones, conocido por sus emblemáticos trabajos en El último mohicano o En el nombre del padre, compuso una banda sonora en la que se incluían temas inéditos de David Bowie (también intérprete), el director y actor Frank Oz desempeñó un breve papel en la cinta y colaboró en la concepción de la misma; y, por supuesto, Jim Henson, realizador de la película. Henson, un nombre poco conocido para el gran público, fue responsable de dos de los espectáculos televisivos más importantes de la historia; Barrio Sésamo y El Show de los Teleñecos. De hecho, los goblins de Dentro del laberinto bien podrían ser el reverso oscuro de las simpáticas marionetas de la serie de televisión con la que todos hemos crecido.
Con este plantel de figuras, a las que se une Bowie como rey de los goblins (y sus mallas que no dejaban mucho lugar a la imaginación) y una jovencísima Jennifer Connelly como la heroína de la cinta, no es de extrañar que Dentro del laberinto sea ya una película de culto que encandiló a legiones de espectadores de todo el mundo. Esto es fantasía pura, personajes tan extraños como encantadores, una trama trepidante con multitud de sorpresas (ese pantano del hedor eterno) y un espíritu muy ochentero en todos los ámbitos, desde la música hasta el desarrollo de la cinta (una carrera de obstáculos hasta llegar al enfrentamiento con el némesis). Cómo olvidar ese número musical con David Bowie cantando su Dance Magic Dance rodeado de goblins saltarines (véan este video, imprescindible), los cuales fueron confeccionados con un primor que deja muy atrás la supuesta perfección digital de la actualidad (sus caras con personalidad propia son realmente divertidas). O esos compañeros de viaje de la protagonista; Hoogle, el narizotas desconfiado y usurero con buen corazón, Ludo, el manso y cariñoso monstruo peludo, y Didimus, el perrito caballeresco y su nombre corcel Ambrosius; todos ellos esbozados con acierto y fomentando el espíritu de amistad y buenos valores que inundan la película.
Dentro del laberinto es una referencia ineludible del cine fantástico que debe traspasarse a las nuevas generaciones de niños y jóvenes que deseen ser llevados a esos mundos lejanos donde flota el ensueño y la inventiva. Nos hizo soñar a nosotros, adultos ahora con demasiadas obligaciones para gozar de nuestra mente, y la herencia debe continuar. Qué nos queda, al fin y al cabo, cuando la vida se vuelve gris: la imaginación. Ejercitémosla. Es una fuente infinita de sabiduría sobre la que se asienta buena parte de nuestra personalidad. Como diría el filósofo griego; somos huesos y sueños.

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