La Otra Crítica; El Árbol de la Vida

 5/10
 Cualquier foro público sin debate está condenado irremediablemente al aburrimiento. Por ello desde los inicios de este blog apostamos por aportar diferentes visiones a una realidad tan heterogénea como el cine. En virtud a esta idea, hoy aportamos un nuevo enfoque a una de las películas del año.  
El arte es una materia voluble que muta de acuerdo a los particulares procesos de decodificación del que interpreta la obra. Es en ese preciso instante cuando dicha obra adquiere un valor en virtud a un nuevo desarrollo creativo por parte del espectador. El problema reside en que esta relación de inspiración compartida es extramadamente sensible y puede verse truncada por multitud de factores. Uno de ellos, quizás el más importante, es la percepción acerca del propio creador y de los planteamientos sobre los que cimienta su obra. En este caso concreto y desde un enfoque totalmente subjetivo, el contrato ficticio de credulidad entre obra (la película) y espectador (es decir, un servidor), se quiebra por el carácter pretencioso de un director cuya megalomanía lo ha empujado a condensar en algo más de 120 minutos un retrato lírico y pretendidamente filosófico de la dualidad entre lo divino y lo humano.
Simplemente, no me lo creo. En la actualidad, miles de genios pululan por salones de arte, foros literarios y festivales de cine ante la admiración de seguidores rendidos por aquello que dicen comprender, en un confuso grupo de charlatanes, vendedores de teorías baratas y algún que otro iluminado. Yo no dudo de la sabiduría de Terrence Malick, únicamente pongo en cuestión su falta de humildad a la hora de plantear un producto cinematográfico. Resulta injustificable que nos presente un dilatado (aunque hermoso) recorrido por la conformación del universo y la vida como si pretendiese elevar su obra a la categoría de tratado filosófico del mundo moderno, en lugar de narrar una historia que ilustre los grandes temas de su pensamiento.
El prólogo de El árbol de la Vida posee un valor plástico evidente, sin embargo su falta coherencia dentro del discurso fílmico es irritante e innecesaria. Malick ha decidido componer un poema visual de gran belleza en detrimento de confeccionar una auténtica película; opta por fogonazos de inspiración, encuadres audaces y una misteriosa voz en off que aporta sentencias rotundas y deshilvanadas, antes que desarrollar una trama lógica (sin tener que obedecer a un rígido esquema introducción-nudo-desenlace) a través de la que exponer unas ideas, por otro lado, fundamentales en la reflexión de la condición humana.
El Árbol de la Vida es excesiva, inabarcable en su compleja argumentación de la imperfección del ser humano. El autor nos emplaza al cruce de caminos entre la bondad, la virtud, lo divino y la tempestuosa naturaleza de nuestra condición imcompleta a través de la figura de un joven atrapado entre dos patrones fundamentales representados por sus padres, que lo sumerge en una confusión de tintes freudianos a partir de un tardío complejo de Edipo autoimpuesto. Al fin y al cabo, el odio del chico hacia su severo padre no es más que la reacción hacia su propio instinto incontrolable que lo acerca a él; sendos caminos, el de la naturaleza y la virtud, se debaten en su interior, afloran en manifestaciones contradictorias, pero el ineluctable final se va desvelando paulatinamente; Jack se percata de que la maldad de su padre es la suya propia, de que por mucho que combata contra su propia naturaleza el resultado será el mismo, por ello se llega a odiar con la misma vehemencia e incluso el suicidio se le antoja tan tentador como el asesinato.
En contraposición a ello, emerge la figura de su hermano, un ser sensible y creativo que sigue el camino de su madre, del que no puede dejar de sentir envidia en la misma medida que Caín la sintió de Abel ante la preferencia de Dios. Sin embargo, tal y como predicaba el pastor de la Iglesia, los buenos no están a salvo del mal, su virtud no es suficiente para evitar el sufrimiento; la muerte de su hermano simboliza el carácter dual de una divinidad a la vez amable y vengativa difícil de justificar en su aleatorio proceder. Al final de la cinta, las voces se entremezclan y vuelve a emerger con poderosa fuerza la de la madre, que termina por aceptar la muerte de su hijo y con ella la imperfección sustancial del género humano.
El trasfondo ideológico-espiritual de la película de Malick es innegable, sin embargo es tratado, a mi parecer, de forma errónea, lastrado por la pretendida genialiadad de su realizador, más atento a su vertiente estética que a la más puramente reflexiva. De hecho, la belleza visual de la cinta es extraordinaria, así como su banda sonora y las propias interpretaciones de Brad Pitt y Hunter McCracken (es una lástima que Sean Penn aparezca totalmente desubicado por la insidiosa tijera de Malick en la sala de montaje). Por ello, no me voy a alinear ni en las filas de los detractores más furibundos ni en la de los entusiastas aduladores del ermitaño director (creador, entre otras, de la notable La delgada línea roja y la insufrible El Nuevo Mundo), sino que intentaré posicionarme en un término medio que me permita discernir (con el tiempo) si estamos ante una verdadera obra maestra o una burla de dimensiones gigantescas. Hasta ahora, El Árbol de la Vida es una rareza que ha avivado el debate cinematográfico, algo que siempre es bienvenido en estos tiempos de versiones oficiales y escasos disensos.

1 comentario:

  1. Es como lo has dicho, una cuestión subjetiva; depende de cómo lo ves, de cómo lo capturas, de su esencia cómo la transmite. No sé cómo la tomará el tiempo, pero ppara mi es una gran cinta porque va mas alla de lo que se plantea, y consigue plasmar con libertad su historia. Yo sí me lo creo y me encantan sus simbolismo, metáforas y diversas interpretaciones.
    Un saludo.

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