Crítica Come, reza, ama; El fingido viaje espiritual de un mujer en busca de sí misma

 5/10
Está claro que la gracia de cualquier historia real u obra de ficción se haya en el conflicto, la ruptura, el giro inesperado y el cambio radical en el orden previsible de los acontecimientos. El problema surge cuando el leitmotiv de la particular encrucijada de caminos de nuestro hipotético protagonista es una estrategia fingida o un falso autoconvencimiento complaciente. Y esta última es, precisamente, el desencadenante de la duda suscitada por la adaptación cinematográfica del best seller autobiográfico de la norteamericana Elizabeth Gilbert. Come, reza, ama es el viaje a la introspección espiritual de una mujer perdida en su propio mundo que decide romper su acomodaticia existencia abandonando a su marido y su ciudad, Nueva York, para hacer un ruta personal por tres enclaves muy diferentes; Italia, India y Bali, con el objeto de "encontrarse a sí misma". Desgraciadamente,  la improvisación, la originalidad o el más mínimo atisbo de espontaneidad en cada uno de sus actos se ven reducidos prácticamente a la nada cuando se descubre que la Gilbert real ya había concertado la novela autobiográfica antes de partir a su personal periplo por el mundo. Cosas del mercado.
La mentalidad de la clase media/alta occidental puede parecer redundantemente un conglomerado de estupideces, prejuicios y preceptos de moda incomprensible para todos aquellos que se situen más allá de la vorágine del "mundo desarrollado". Imaginémos por unos instantes la cara de sorpresa (y desprecio) que dibujaría, por ejemplo, un morador del Sáhara al comprobar los evidentes trastornos mentales de personas que, aún poseyéndolo todo, se encuentran insatisfechas con sus vidas, "incompletas", aburridas (y si no que acudan a las abarrotadas consultas de los psicoanalistas). Naturalmente, con cada paso a la modernidad hemos desarrollado una enervante tendencia a la falsa introspección; y decimos falsa porque en escasas ocasiones ese ejercicio nace de una verdadera iniciativa personal, sino que es impuesto por la publicidad, los líderes de opinión o el movimiento sincrónico de la sociedad.
De ahí que personas como Elizabeth Gilbert, casada con un hombre apuesto, con un trabajo estable y una casa recién comprada, sienta la necesidad imperiosa de "encontrarse a sí misma", rompiendo con todo aquello que era suyo y la hacía infeliz, iniciando una tormentosa relación con un yuppie absurdo, o viajando a lejanos parajes símbolos de la panacea espiritual. El mercado turístico debería explotar la cultura oriental como marca comercial de la paz y el equilibrio interior para todos aquellos personajes ricos e ignorantes que creen interiorizar patrones de conducta que ni siquiera llegan a entender, ajenos a la pobreza y la degradación que los rodea. Partiendo de esta base, podemos certificar que la historia siembra dudas, y muy importantes, por otro lado.
En cuanto a la película, el planteamiento es algo similar. Puede resultar digerible, entretenida a ratos, incluso con chispazos de ironía ingeniosa; pero el resultado final es francamente deficiente. El principal problema de Come, reza, ama es el desesperadamente extenso metraje, alargado casi hasta las dos horas y media de duración, que provoca los poco disimulados bostezos del personal en las salas de cine. Y es que las andanzas de Gilbert nos llevan cronológicamente (en torno a un año) a las tres paradas prefijadas aleatoriamente por ella misma; en primer lugar, visitaremos Roma en un paseo por los estereotipos más manidos de la cultura italiana (aunque en realidad sea el fragmento más divertido de la cinta con la jugosa práctica del dolce far niente); más tarde nos trasladaremos a la India, a una suerte de comuna espiritual aborrecible, para finalizar en los paradisíacos parajes de Bali, donde al fin llegará el amor, tras dos horas de comida y rezos.
Suerte que Ryan Murphy, su director (recordemos, creador de la muy recomendable serie televisiva Nip/Tuck), haya contado con la inmortal "novia de América" para dar vida a su protagonista, ya que sin el glamour de esta pocos hubiesen apostado por esta película. Julia Roberts conserva esa elegancia en la interpretación que la encumbró hace años como estrella indiscutible de Hollywood, esa mirada divertida y pícara y una sonrisa sorprendentemente amplia que aún hoy sigue levantando pasiones en cada una de sus películas. Sin embargo, una cosa bien diferente es que su carrera cinematográfica sea merecedora del premio Donostia concedido esta última semana en el Festival de Cine de San Sebastián. En Come, reza, ama la actriz despliega todos sus encantos de forma efectiva, omnipresente en cada uno de los planos, apoyada por unos secundarios tan carismáticos como el enternecedor Richard Jenkins o el atractivo Javier Bardem, en esta ocasión como brasileño viudo en Bali.
Es una lástima que sus responsables hayan querido dotar de una trascendencia a la película tan inexistente como la de su propia historia. Personalmente, no me creo demasiado el éxodo espiritual de su protagonista, ni las bondades de los paraisos que recorre. La película cumple, entretiene y te brinda la oportunidad de disfrutar de una Julia Roberts en todo su esplendor, aunque su permanente presencia en pantalla comience a constituir en algunos momentos un reto contra la paciencia del espectador.
Ya saben, sean felices, coman y amen por igual, reserven los rezos para el final; somos unos afortunados en reservas artificiales de confortabilidad. 

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