Huérfanos de dos leyendas del cine


















La Historia del Cine se torna triste cuando fallecen personas que han contribuido a su enriquecimiento. Nos hemos quedado huérfanos de dos auténticas figuras de la gran pantalla, ambas claves en la época más dorada y clásica de la cinematografía americana y mundial.
Sin detalles. Así es como se ha despedido de la vida terrenal uno de los mejores directores que ha tenido la Historia del Cine. Arthur Penn nació en Filadelfia en 1922 y durante toda su vida ha sido un auténtico radiólogo de la violencia y del amor fatal. Ha sido una pieza clave para entender el cambio generacional entre aquel cine puramente clásico en el que los besos no podían durar más de tres segundos en la pantalla y la década de los setenta, donde nació el nuevo concepto de cine hoy entendido por todos. Penn vivió una época en la que, a pesar de no haber un patrón definido, la censura establecía las normas. Aún así, hubo quien osó saltárselas y entre ellos se sitúa el hombre al que decimos adiós hoy.
Arthur Penn dirigió tan sólo 13 películas. Sin embargo, a los que nos gustaba su cine, jamás podremos olvidar todas y cada una de las cintas que dirigió. Tanto aquellas en las que se codeó con actores de la talla de Marlon Brando, Paul Newman, Gregory Peck o Warren Beatty como de los últimos años de su vida, en los que dirigió cintas de una calidad bastante mejorable.
De lo que nadie podía dudar era del "sello Penn". Yo, no podré olvidar la violencia desorbitada que demostraba un joven e inocente William Boney interpretado por un casi primerizo Paul Newman en El Zurdo. Tampoco podré olvidar el desgarro que sentí al ver La Jauría Humana, un retrato casi soez de la vida rural, antecedente de todas las películas actuales sobre historias cruzadas en la que identificamos emociones de todo tipo. Jamás podré borrar de mi memoria la vida de dos fugitivos, bajo la apariencia de Warren Beatty y Faye Dunaway, en Bonnie & Clyde.
En las películas de Penn, ningún amor termina bien. Alguno quizá, pero siempre estará predestinado a la fatalidad. La acción contenida, el realismo que supo imprimir en sus películas unido a la gran capacidad para destruir a un ser humano con el fin de encumbrarlo en el desenlace, hicieron de las películas de Arthur Penn todo un referente.
La muerte de Bonnie y Clyde abrió las puertas a toda una generación de directores que querían dar por terminados los convencionalismos del cine de la época y comenzar a plasmar la muerte, el dolor, la violencia y la rabia con mayor fidelidad. Ese tiroteo marcó a todos esos directores. Desde Sam Peckinpah hasta Francis Ford Coppola supieron saborear las mieles de este realizador ya inmortal.
Al final de su carrera, optó por refugiarse en Broadway y retirarse antes de que la propia vorágine de acción y violencia que él mismo había contribuido a crear, terminase con él. El público prefería ver ya otro tipo de películas y Penn supo marcharse por la puerta grande habiendo recibido tres nominaciones a los Oscar (El Restaurante de Alicia, Bonnie & Clyde y El Milagro de Anna Sullivan) y el aplauso de miles de entregados admiradores.
Pocas películas, pero suficientes para entender el cine de nuestros días. Ha fallecido un director de esos que ya no existen. De los que habría que aprender. De los que daría gusto haber recibido clases magistrales.
También, en la pasada madrugada, nos abandonaba para siempre el inolvidable Tony Curtis. Al igual que con Arthur Penn, no han trascendido las causas de su fallecimiento a los 85 años de edad. Aunque intuimos que su organismo ya estaba cansado de la gran vida que el actor protagonista de Con Faldas y a lo Loco ha llevado.
A pesar de ello, fue uno de los galanes de la época dorada de Hollywood. Creció admirando a Cary Grant (con el que luego llegaría a trabajar en Operación Pacífico), luchó en la Segunda Guerra Mundial estando presente en las exitosas batallas del Pacífico.
Tony Curtis protagonizó algunos de los éxitos más importantes de aquella época dorada. Buen ejemplo de ello son películas como Los Vikingos, con Kirk Douglas; Espartaco, donde hizo una más que notable interpretación secundaria casi siempre a expensas de Laurence Olivier o Fugitivos, su única nominación al Oscar y auténtica interpretación de manual donde compartía cartel con otro grande: Sydney Poitier.
Pero sin duda ninguna, todos lo recordaremos por ser la otra mitad de una de las parejas más inmortales de la Historia del Cine. Hablo de la formada por él y por Jack Lemmon en Con Faldas y a lo Loco, una auténtica obra maestra del genio Billy Wilder y que los consagró como actores. Curtis fue precisamente el que más sufrió los avatares de tener que trabajar con la insufrible (en los rodajes, claro) Marilyn Monroe. La secuencia de los 48 pollos es de sobra conocida en los círculos cinematográficos.
Tony Curtis nos deja dos hijos, una de ellas Jamie Lee Curtis, dedicada también al cine con bastante éxito y fruto de su matrimonio con la actriz Janet Leigh, conocida por sus interpretaciones en Sed de Mal y Psicosis.
Se nos han marchado dos grandes del cine que ahora forjarán aún más su leyenda haciéndose cada vez más inmortal entre nosotros, sus admiradores.

Descansen en paz, Arthur Penn y Tony Curtis.

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