Para todos aquellos que creían que Woody Allen no se adentraría jamás en los terrenos pantanosos del género musical (excusa de tantas joyas cinematográficas como de fracasos vergonzantes), el genio neoyorkino, armado de valor y escaso temor al ridículo, filmó en 1996 una de las películas más divertidas de su larga carrera, demostrando una vez más la perpetua reinvención de un estilo aparentemente uniforme y condenado a la repetición. Todos dicen I Love You es un musical en toda regla, pero también es una comedia coral brillantemente engarzada por personajes de incuestionable carisma que no dudan en afrontar el reto de la canción melódica como método idóneo para transmitir sus sentimientos. Los grandes sufridores fueron, como no, los intérpretes que les dieron vida, todos ellos con una carrera cinematográfica labrada con coherencia y seriedad de la que Allen se encargó de edulcorar con número musicales inolvidables.
Y es que no podemos más que imaginar la cara de sorpresa de Julia Roberts, Edward Norton, Tim Roth o Drew Barrymore cuando el bueno de Woody, una vez contratados, les comunicó que se iban a disponer a rodar un musical; ¿qué actor es tan sumamente vanidoso como para rechazar a uno de los mejores directores de cine de la historia aún teniendo que pasar un poco de vergüenza a costa de sus dotes poco desarrolladas de cantantes? Lo más cercano a esta posición fue el ruego desesperado de Barrymore porque su voz fuera doblada, probablemente temerosa de propiciar más burlas y chanzas que las levantadas por su agitada y convulsa carrera como actriz.
La historia la narra una adolescente algo alocada cuya vida se reparte entre dos familias bien diferentes; por un lado, su padre neurótico y solitario (naturalmente, Woody Allen), con graves problemas para entablar relaciones sentimentales con mujeres equilibradas, que vive en Paris y con el que pasa sus vacaciones; y por otro, su madre, una rica demócrata (Goldie Hawn) entregada a la actividad filantrópica que ha rehecho su vida con Bob (Alan Alda), quien ya tenía cuatro hijos de una relación anterior, con los que convive en un acomodado apartamento de Manhattan.
La acción se va desarrollando a golpe de número musical, desde ese arranque luminoso y romántico en el que Edward Norton acudía a una joyería para comprarle un anillo de compromiso a su novia (Barrymore), hasta a aquél cierre magistral a orillas del Sena protagonizado por un inefable galán de gafas gruesas haciendo levitar a la única mujer que le había comprendido en su vida. Y es que Allen no puede evitarlo, su amor por el jazz de comienzos de siglo y los melancólicos bailes de salón inmortalizados en los clásicos de blanco y negro supura en cada uno de los planos de este personal tributo a su desaforada pasión musical, hasta explotar en el acto final, una larga escena de complicidad culminada por un inolvidable danza mágica y sutil bajo las luces nostálgicas de un París soñoliento.
Entre actos, un improbable romance, con los canales de Venecia como telón de fondo, entre Woody Allen y Julia Roberts, o una aventura peligrosa entre un ex convicto algo desquiciado (Tim Roth) y la chica dulce y de clase alta (Barrymore) con todo preparado para su boda.
Todos dicen I love you es una larga oda romántica de corazones rotos y pasiones desmedidas, un mosaico de historias enlazadas por la música y el amor, sin renunciar al ácido y retorcido sentido del humor alleniano (como muestra desternillante, la extraña dolencia de republicanismo de uno de los hijos de Alan Alda). Una nota de color, al fin, en la extensa carrera de neuras y discusiones interminables de un genio incombustible.
Y es que no podemos más que imaginar la cara de sorpresa de Julia Roberts, Edward Norton, Tim Roth o Drew Barrymore cuando el bueno de Woody, una vez contratados, les comunicó que se iban a disponer a rodar un musical; ¿qué actor es tan sumamente vanidoso como para rechazar a uno de los mejores directores de cine de la historia aún teniendo que pasar un poco de vergüenza a costa de sus dotes poco desarrolladas de cantantes? Lo más cercano a esta posición fue el ruego desesperado de Barrymore porque su voz fuera doblada, probablemente temerosa de propiciar más burlas y chanzas que las levantadas por su agitada y convulsa carrera como actriz.
La historia la narra una adolescente algo alocada cuya vida se reparte entre dos familias bien diferentes; por un lado, su padre neurótico y solitario (naturalmente, Woody Allen), con graves problemas para entablar relaciones sentimentales con mujeres equilibradas, que vive en Paris y con el que pasa sus vacaciones; y por otro, su madre, una rica demócrata (Goldie Hawn) entregada a la actividad filantrópica que ha rehecho su vida con Bob (Alan Alda), quien ya tenía cuatro hijos de una relación anterior, con los que convive en un acomodado apartamento de Manhattan.
La acción se va desarrollando a golpe de número musical, desde ese arranque luminoso y romántico en el que Edward Norton acudía a una joyería para comprarle un anillo de compromiso a su novia (Barrymore), hasta a aquél cierre magistral a orillas del Sena protagonizado por un inefable galán de gafas gruesas haciendo levitar a la única mujer que le había comprendido en su vida. Y es que Allen no puede evitarlo, su amor por el jazz de comienzos de siglo y los melancólicos bailes de salón inmortalizados en los clásicos de blanco y negro supura en cada uno de los planos de este personal tributo a su desaforada pasión musical, hasta explotar en el acto final, una larga escena de complicidad culminada por un inolvidable danza mágica y sutil bajo las luces nostálgicas de un París soñoliento.
Entre actos, un improbable romance, con los canales de Venecia como telón de fondo, entre Woody Allen y Julia Roberts, o una aventura peligrosa entre un ex convicto algo desquiciado (Tim Roth) y la chica dulce y de clase alta (Barrymore) con todo preparado para su boda.
Todos dicen I love you es una larga oda romántica de corazones rotos y pasiones desmedidas, un mosaico de historias enlazadas por la música y el amor, sin renunciar al ácido y retorcido sentido del humor alleniano (como muestra desternillante, la extraña dolencia de republicanismo de uno de los hijos de Alan Alda). Una nota de color, al fin, en la extensa carrera de neuras y discusiones interminables de un genio incombustible.
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