Crítica de Ágora; Retrato abúlico de una Alejandría convulsa

6/10

Auspiciada por la calidad reconocida de su director, Alejandro Amenábar, y las astronómicas cifras del presupuesto con el que ha contado, muchas eran las perspectivas puestas en una película que vendría a hacer las funciones de abanderada de un nuevo cine español de grandes inversiones y calidad pareja a las estadounidenses. Si bien el resultado final es notable, fundamentalmente en su aspecto técnico, Ágora se queda a medio camino de erigirse como un auténtico éxito cinematográfico en lo que a calidad se refiere.
Amenábar juega en su magna obra con dos tramas paralelas, jugosas ambas, que no termina de ensamblar armoniosamente; por un lado, la que sigue los pasos de Hipatia y sus investigaciones astronómicas, y por otro, las luchas religiosas y políticas que se libraban en la ciudad egipcia de Alejandría entre paganos y cristianos. Proporcionalmente, es esta última la que acapara mayor interés dentro de la película, sin embargo no se llega a profundizar en ella suficientemente, al menos para llegar a comprender las inquinas y traiciones que se desarrollaron entre las facciones. En detrimento de esto, abundan las escenas de destrucción y muerte, magistralmente rodadas por otro lado, que, si bien apoyan el cine-espectáculo que tanto se reclama en nuestro país, no aporta mucho más al devenir de la cinta.
Otra de las sorpresas que depara la cinta de Amenábar es el escaso peso que se le confiere a Hipatia, previsiblemente centro de la trama principal. A pesar del meritorio trabajo de Rachel Weisz, su personaje no se termina de erigir como protagonista absoluta sobre la que recae el peso de la película, se pierde entre el marasmo de luchas intestinas y lapidaciones que acontecen a su alrededor. Únicamente emerge como la verdadera diosa que fue en un final magistral, rodado con tesón y ritmo dramático que pone un broche final de excelente calidad cinematográfica a un producto por lo demás mediocre.
Y eso a pesar del buen oficio de Amenábar, que dirige su discurso pausadamente aunque de forma rotunda. Es más, Agora puede ser leída como un ajuste de cuentas contra la doctrina religiosa ganadora de la época que hoy día aun domina buena parte del mundo; la doctrina de los círculos retrógrados de caverna, del analfabetismo, del odio a toda forma de cultura o expresión de una realidad que viaja más allá de unas escrituras desfasadas y probablemente sin fundamentos. Son personajes de color negro, pues negro es el corazón que dirige sus actos. Amenábar los retrata con cierto odio velado aunque con tino, argumentadamente, hasta llegar a la apoteosis de la injusticia y la locura, acabando con la única luz que aun vive en un mundo que se desploma en la oscuridad, de la que no saldría hasta muchos siglos después.
Ágora es una buena película que, desgraciadamente, no llegar a encontrar ese mecanismo que haga saltar los resortes emocionales del espectador; no conmueve y en algunos pasajes aburre. Es indudable que Amenábar ha realizado un buen trabajo como director, pero adolece de cierta abulia en la concepción más puramente literaria del guión. Aún así, Ágora ha alcanzado el éxito en la taquilla (lo que verdaderamente importa a algunos) y se ha convertido en una de las películas españolas del año (con permiso de Celda 211) con promesas de ser exportada exitosamente al extranjero como producto bandera de nuestro país. Buena suerte, pues.

1 comentario:

  1. A pesar de tener el toque Amenábar en muchos puntos geniales, la grandiosidad del film le queda muy grande y tanto actores como la propia historia, se desvanecen. Tiene todos los ingredientes para ser un peliculón, pero no lo es, según mi opinión. Una pena que el talento de Amenábar se haya visto desaprovechado con tantos billetes.

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