[Crítica] No se aceptan devoluciones

No se aceptan devoluciones es una comedia que ha revolucionado México y todos los lugares allá por donde ha pasado. Su éxito se debe, en parte, al carisma que desprende su director, guionista y protagonista Eugenio Derbez. Sin embargo, todo lo bueno que posee la película se diluye poco a poco en un mar de sentimentalismo, misoginia (merecida, si somos objetivos), reiteración de fórmulas que evitan disfrutar de una frescura de guión muy necesaria.
Derbez pretende ser conmovedor con una historia de paternalismo y autodescubrimiento de talentos y capacidades. Hay una notable evolución de personajes, especialmente el trío protagonista, pero el contexto en el que se mueve limita los movimientos de cada uno de ellos quedando constreñidos a sus cinco minutos de gloria. Hay momentos en que roza la pedantería más absoluta, de voz de su pequeña protagonista, con mucho que decir pero con poco para demostrar.
Existen, a lo largo de la película, multitud de códigos que podemos identificar con los de la telenovela más típica. Gente que va y viene sin razón aparente buscando explicaciones que ni el guión consigue descifrar. Derbez ha querido crear su particular Kramer contra Kramer, con sobredosis de histrionismo y una duración ampliamente considerable para la historia a la que nos referimos. En lugar de eso, le ha salido un fallido experimento que de nuevo evidencia la necesidad de autocrítica cuando el éxito y los datos de taquilla sobrepasan las expectativas y se suben a la cabeza de los ejecutivos que estén detrás de todo el producto.

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