El interés poco disimulado de Robert Zemeckis por las continuas innovaciones en el campo de los efectos especiales puede que sea uno de los rasgos más característicos de un director presumiblemente poco talentoso que, sin embargo, ha realizado algunas películas de enorme calidad inolvidables en la historia del cine. Ya en este blog hablamos de Forrest Gump
como una deliciosa fábula moderna de la amistad y la vida que, curiosamente, también revolucionaba el mundo de los efectos visuales, forjando una técnica que fundía imágenes de archivo con actores reales. Antes, Zemeckis había realizado la apasionante y alocada trilogía de Regresa al futuro y la cinta de aventuras Tras el corazón verde, todas ellas con un autoconsciente uso de la innovación como valor cinematográfico. Al igual que sus últimas películas, más cercanas al público joven, en las que ha sido uno de los primeros en utilizar el motion capture (Polar Express) y el 3-D (Beowulf, Cuento de Navidad).
La película que hoy nos disponemos a reseñar pertenece a esa época dorada para el cine familiar, la de finales de los 80, y, como no podía ser de otra forma, Zemeckis no podía dejar escapar la oportunidad de revolucionar el panorama cinematográfico de la época conjugando la imagen real con el mundo de la animación. Este género vivía una época de depresión profunda con Disney en una grave crisis de ideas que no reportaba un clásico desde 1973 (Robin Hood) y el resto de productoras exprimiendo éxitos de antaño, por lo general pasados hasta la extenuación. Y en medio de este desolador panorama y con el oportunismo que lo caracteriza, Zemeckis saca adelante un proyecto de más de 70 millones de dólares de presupuesto en una temeraria apuesta de Touchstone y la filial de Disney. El resultado, inmejorable; la película dobló su inversión en taquilla, la crítica la trató benévolamente e incluso ganó tres Oscar (Montaje, Efectos Visuales y Efectos de Sonido) además de otras tres nominaciones en su edición de 1988.
¿Quién engañó a Roger Rabbit?, no obstante, va más allá de una simple y novedosa apuesta por un cine ecléctico para toda la familia. La película de Zemeckis se ha erigido como un clásico moderno por su arriesgada conjunción de puro cine negro detectivesco y locura animada, buscando ese complejo equilibrio entre el público infantil y adulto, acompañado además de una ambientación depurada que nos lleva al hipotético Los Ángeles de 1947 en el que personas de carne y hueso y dibujos animados conviven en un mundo conectado por intereses y relaciones de necesidad mutua.
En esa situación se encuentra el taciturno Eddy Valiant (el siempre entrañable Bob Hoskins), un detective alcohólico venido a menos desde la muerte de su hermano, también detective, en manos de un “dibu”. Perdida la fe en los animados ciudadanos de ToonTown, Valiant se ve envuelto en un oscuro caso que implica a Roger Rabbit, un personaje de animación de gran éxito, acusado de un falso asesinato por despecho que al parecer no es más que una estratagema de un malévolo personaje con una verdad oculta e intereses devastadores para el mundo de fantasía que rodea la ciudad. Así pues, Valiant deberá lidiar con el carácter explosivo de Rabbit y sus compañeros al tiempo que intenta desentrañar la verdad de una maraña de intereses que le llevan hacia el malvado juez Doom (Christopher Lloyd).
Zemeckis logra tejer una historia de enorme atractivo recreando el cine negro de los 40 y 50, algo que une a un extensísimo elenco de dibujos animados de diferentes productoras (así podremos ver juntos por primera vez en la historia a Mickey Mouse y Bugs Bunny) que harán las delicias del público más joven. ¿Quién engañó a Roger Rabbit? es un hallazgo ingenioso, divertido y frenético de acción, risas y gabardinas que marcó una época y una generación de cinéfilos jóvenes como este que humildemente escribe. De paso, Zemeckis forja un mito erótico animado, el de Jessica Rabbit, esa femme fatale que conquista Roger con el humor hilarante que le ha hecho famoso, nos deja el fantástico corto animado protagonizado por el malhablado Baby Herrman que abre la película, y esa escena inolvidable en la que, sentado en el oscuro palco de un cine, Valiant se sincera con Roger. Cine para todos en una película que permanecerá viva como el testimonio de una infancia y adolescencia que se vio atraída irremisiblemente hacia esa improbable mezcla de whisky barato y personajes a todo color.
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