Retrospectiva Woody Allen; Poderosa Afrodita

7/10

Lenny es un cronista deportivo casado con una experta en arte que aspira a regentar su propia galería. Su relación matrimonial es sólida, la pasión que los atrae como imanes opuestos aún no ha desaparecido con la inexorable rutina, y pasan el tiempo disfrutando de su compañía mutua. Sin embargo, el instinto maternal de Amanda (Helena Bonham Carter) comienza a despuntar de forma notable y el deseo de criar a un niño se empieza a convertir en una obsesión. A pesar de las reticencias iniciales y rotundas de Lenny, quien ve en la paternidad una amenaza algo desproporcionada, la pareja acaba adoptando a un bebé recién nacido, que se convierte en el centro de atención de sus vidas. Max crece y la perspicacia e inteligencia del niño no tardan en asombrar a sus padres (y si no que se lo digan a Lenny, a tenor de esa incómoda pregunta sobre quién manda en casa), quienes se encuentran felices por el prodigio que han criado. No obstante, en la mente de Lenny se desarrolla una sensación incómoda, un instinto de curiosidad insaciable acerca de los padres biológicos del chico, a los que imagina de una brillantez superior. La sorpresa será mayúscula cuando, tras su alocada búsqueda de los orígenes en el centro de adopción, descubre que la madre de Max es una prostituta que aspira a ser actriz de Broadway, para lo que se abre camino haciendo películas porno.
Poderosa Afrodita cumple a la perfección con cada una de las características cómicas y evidentemente personales del cine de Woody Allen; una historia insólita, personajes un tanto trastornados, ritmo endiablado, y tratamiento singular para una película que encuentra su piedra de toque en el retrato tierno y sincero de sus protagonistas. Y es que Allen se aleja de los habituales círculos intelectuales congregados en exclusivos restaurantes neoyorkinos donde dar rienda suelta a la más verborreica superioridad de clase, para mezclarse con personas de niveles culturales muy limitados, maltratados por la vida como en un círculo vicioso de desgracias a las que se enfrentan con inusitado valor.
Como esa sencilla, deslenguada y vivaz chica que escapa redundantemente de relaciones sentimentales destructivas del mismo modo que cambia de nombre. Bajo el de Linda Ash, conoce a ese extraño neurótico que paga únicamente por hablar con ella y que se esfuerza, desinteresadamente, en encontrarle a un buen hombre con intereses similares. La encargada de darle vida, una Mira Sorvino en estado de gracia que arrasó con todos los premios del año en la categoría de actriz secundaria, incluído el Oscar, al confeccionar un personaje que aunaba seducción con tierna espontaneidad. El plan de Lenny no resultó, sin embargo, el inescrutable azar proveyó a todos de un final ciertamente feliz.
Más allá del extravagante argumento y el ritmo frenético consabidos en su cine, Allen aporta a la película un desternillante coro griego a modo de obertura e hilo conductor que enlazaba con las inmortales tragedias griegas de forma cómica. Lo más hilarante, sin duda alguna, la contaminación de espacios y tiempo de los corifeos y el bueno de Lenny, los cuales aparecían sin previo aviso en épocas que no les correspondían. (incluido ese viejo Tiresias interpretado por el gran F. Murray Abraham). Esta ingeniosa vuelta de tuerca culminaba con un final algo apresurado aunque indiscutiblemente divertido mediado por un cúmulo de casualidades asombrosas que hilvanan a la perfección con el tono distendido y afable de la película.
Allen, así pues, confecciona una comedia alegre y apacible protagonizada por personajes sensibles y emotivos que recomendamos vivamente, como la mayor parte de sus obras, a todos aquellos interesados por el genio incontestable del judío más famoso de Manhattan.

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