Una cinta con un parecido razonable a Tiempos Modernos, en la cual Woody Allen intenta emular a los grandes cómicos del cine mudo a través de escenas en las que interacciona con todo tipo de máquinas con resultados delirantes. Un guión surrealista, absurdo y a veces incluso estúpido. El Dormilón es considerada una película extraña dentro de la filmografía de nuestro amado director neoyorquino. Y es que es, sin duda, ninguna una de las tramas más tontas que han tenido ocasión de ver mis ya dilatadas retinas. La única incursión de Allen dentro del cine de ciencia ficción, si es que verdaderamente esta película puede enmarcarse dentro de este género, le sirve para crear una historia que pretende inculcar en el espectador una simple tendencia a la diversión sin más.
Un metraje digno de una tarde lluviosa en la que no hay absolutamente nada mejor que hacer, uno debe poner el DVD y limitarse a reir o llorar ante las absurdas situaciones que nuestro protagonista, un clarinetista congelado hace 200 años y despertado en el futuro, tiene que vivir en un mundo totalmente extraño para él.
Es una película tonta, de risas fáciles y humor simple. No obstante hay escenas por las que merece ver la hora y media escasa de duración del metraje completo. La descripción de nuestra época a petición de unos científicos por parte de Allen no tiene precio. Personajes como Stalin, Norman Mailer, Richard Nixon o Mohamed Alí no escapan a la profunda capacidad satírica del director neoyorquino.
El espectador repara, con toda naturalidad, en que a pesar de tener un guión un tanto flojo y absurdo, el dinero invertido en vestuario y decorados ha sido ingente, creando un futuro de cartón-piedra extremadamente irrisorio. Diane Keaton y Woody Allen se mueven a sus anchas entre coches del futuro con semejanza a pastillas anticonceptivas, un aparato para conseguir orgasmos sin contacto físico (el Orgasmatrón), frutas y verduras de tamaño descomunal y edificios que serían el hazmerreír de Frank Lloyd Wright. Aunque la película transcurre en 2174, las referencias satíricas e irónicas a las costumbres y características de nuestra sociedad son más que latentes.
Lo que une El Dormilón con todas las películas de trama futurista es la existencia de un dueño y señor del mundo conocido, la constante hegemonía de los Estados Unidos y la creación de movimientos de resistencia en contra de una autoridad casi siempre acaecida gracias a una bomba nuclear o una llamada "Tercera Guerra Mundial". Detrás de todo el humor absurdo y estúpido de la película, podemos encontrar un reflejo de la tiranía del gobierno y la constante vigilancia a la que somete a todos sus ciudadanos.
Una banda sonora aderezada con excelentes piezas del propio Woody Allen y su clarinete en compañía de su banda son la nota dominante de una cinta para el olvido pero destinada al más puro entretenimiento.
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