José Saramago significa, y lo digo en presente pues aún permanece en este mundo que difícilmente le olvidará, mucho más que lo que los reconocimientos internacionales pretenden establecer como cánones de nuestra época. El primer premio Nobel de Literatura recibido por un portugués no hace justicia, ni siquiera mínimamente, a la talla moral e intelectual de un hombre que vivió para el ser humano, para analizarlo, reflexionar acerca de su compleja naturaleza, dialogar con él, comprenderlo en su más íntima esencia. Su vida y su obra, imbricadas la una y la otra, permanecerán indelebles en el transcurso de la historia como testimonio de un tiempo convulso al que Saramago siempre aplicó una mirada serena, reflexiva y profunda.
Hoy ha muerto a los 87 años. Pero creemos firmemente que sólo lo ha hecho físicamente. Su espíritu irredento, su pensamiento comprometido y su conciencia social lírica e igualitaria continuarán discurriendo en lo más hondo de todos a los que marcó en sus vidas, como un viejo profesor enseña a su discípulo. Me cuesta imaginar un mundo de estanterías huérfanas de sus obras, las que nos regalaba cada año aun soportando el dolor de la enfermedad, empecinado en su responsabilidad como referente intelectual de una sociedad desorientada y apática. Afortunadamente, son muchos los escritos que ha dejado como herencia; un patrimonio para la humanidad que deberá ser conservado como un sutil tesoro legado a la sabiduría.
Así, acudiremos de nuevo a este retrato filosófico que realizó de Jesús de Nazaret en su controvertido Evangelio según Jesucristo, piedra de toque de su pensamiento religioso, profundamente desarraigado de la jerarquía y los rituales creados en torno al cristianismo al que volvería a referirse, en un claro desafío a la muerte y los preceptos religiosos a ella asociados, en su última novela, Caín; o a su poderosa capacidad fabuladora que desplegó en Ensayo sobre la ceguera, Las intermitencias de la muerte y El hombre duplicado, como punto de partida para la crítica social y la reflexión acerca de nuestro entorno. En La caverna se sumergió en las alienantes dinámicas de la sociedad de consumo que arrastra a todo aquello que se interpone en su imparable expansión, hasta al humilde alfarero de la novela; mientras que en El viaje del elefante se dedicó a guiarnos en una deliciosa aventura a través de Europa en compañía de Salomón. También se prodigó en la poesía, el relato, el teatro, aunque su medio siempre fue, de forma primordial, la novela.
José Saramago ha muerto tras una ardua y larga leucemia crónica. Y lo ha hecho junto a su mujer, Pilar del Río (traductora al español de buena parte de sus obras), sosegadamente, con la serena sencillez que lo caracterizó en su vida. Una vida que prometía ser muy diferente a lo que finalmente fue, a tenor de la procedencia humilde de su familia, campesinos sin tierras de Azinhaga con recursos apenas suficientes para subsistir. Saramago, a falta de una educación superior, se formó leyendo al completo la biblioteca pública de su barrio, comenzó a trabajar y publicó sus primeras obras con escaso éxito. Tras ello, abandonó la literatura durante 20 años, según él, porque no tenía nada que decir, ante lo que era mejor callar. Su oposición a la dictadura de Salazar también dificultó las aspiraciones del escritor, quien apostó por una militancia férrea en el Partido Comunista portugués, al que nunca dejó de estar afiliado. Su compromiso político fue una de las constantes de su vida; jamás dejó de defender los derechos de los trabajadores, denunciar los excesos de la clase política o reivindicar la movilización de la ciudadanía contra las injusticias del capital. De hecho, en sus últimos años, su figura sobresalió como una imponente voz crítica contra la globalización, los desmanes de los bancos y el progresivo autoritarismo de nuestros líderes, componiendo artículos de inestimable valor periodístico en el blog Cuadernos de Saramago.
Hoy es un día triste para la literatura y para todos los ciudadanos que sueñan con ser libres. Una sensación de desasosiego inunda el espíritu, cala en el alma. Como si el guía espiritual que era Saramago hubiese impartido su última lección cuando el aprendiz aún no estaba preparado para echar a volar. Él no tenía miedo a la muerte, pero nosotros sí que tememos el vacío que deja. El dolor de la pérdida es sólo proporcional a la profunda admiración y respeto que sentimos por él. Ahora, la memoria.
Uno de los grandes radiólogos del ser humano nos ha dejado. Sus obras, sus pensamientos, sus reflexiones siempre quedarán fruto de su mente inmortal en todos los que conocemos, al menos, una mínima parte de su producción cultural.
ResponderEliminarEspero que esto sea un ánimo a todas las generaciones a que se adentren en la mente de un escritor único e irrepetible.
Adios, José. Hasta siempre.