Como una especie de reverso irreverente y desmitificador, el cine de hoy día parece empecinado en arrumbar con los mitos y héroes de la modernidad para imponernos unos nuevos modelos cuyas principales características son la torpeza, la falta de prejuicios o la más simple y llana estupidez. El objetivo final es hacernos creer que cualquiera de nosotros puede llegar a ser algo grande, al fin y al cabo la fama y el éxito son una meta cercana con los nuevos canales de comunicación y redes sociales en los que millones de personas se mueven como un impulso uniforme a golpe de click. El protagonista de Kick Ass, un joven aficionado a los cómics y prototipo de fracasado social, lo explicita de forma clarividente al comienzo de la película; ¿Quién no ha soñado alguna vez con ser un superhéroe?
Efectivamente, buena parte de la sociedad ha fabulado en alguna ocasión con ser el hombre sin sombra, o tener telarañas en los antebrazos o garras en los nudillos, y de esa energía inherente a la masa del público espectador es de la que se vale un nuevo subgénero cinematográfico que pretende arrebatar la hegemonía a la gravedad y sobriedad de los superhérores al uso, francamente en declive tras años de auge. Existen precursores, como los Mistery Men (1999) capitaneados por Ben Stiller y William H. Macy, que hicieron del gamberrismo más hilarante su mejor arma, o muestras más recientes, como Hancock, donde Will Smith daba vida a un héroe alcohólico, y parodias exacerbadas del tipo de Superhero Movie. No obstante, Kick-Ass va más allá de la mera parodia; forja un nuevo modelo de películas en el que se mezcla la comedia juvenil, el discurso grandilocuente de los superhéroes y la violencia espectacular heredada del cine de género.
Paradójicamente, es esa extraña hibridez el principal lastre de una película que desconcierta por los extremos a los que acude en medio de un marasmo frenético de acción y patetismo adolescente. Y es que Kick-Ass comienza con humor fresco, con un personaje (Aaron Johnson) que se empeña en su idea de convertirse en un superhéroe aun cuando no detenta ningún tipo de habilidad, con las consecuentes palizas que esto acarrea, y que, sin previo aviso, es señalado por toda la comunidad virtual como el héroe moderno por excelencia tras una temeraria intervención en una persecución. Las redes sociales y Youtube encumbran al inefable justiciero enfundado en mallas verdes, mostrando la irracionalidad de un mundo postmoderno y virtual en la que prima el contagio social.
Hasta aquí, la película funciona bien como crónica irreverente del ascenso de un chico normal devenido en ídolo de masas, sin embargo, Kick Ass termina por adoptar los vicios más comunes del género de superhéroes, con idas y venidas innecesarias, y se extralimita en la violencia extrema mostrada por Hit Girl (Chloe Moretz), una niña de 11 años con lengua soez e inesperado sadismo y su Big Daddy (Nicolas Cage), un ex policía en busca de la venganza personal contra el jefe de la mafia local Frank D’Amico (Mark Strong).
Las escenas de acción están rodadas con brío y sangriento frenetismo, muy en la línea de referencias como Kill Bill, Wanted, Watchmen, Sin City o incluso El Caballero Oscuro (con una escena-tributo al Joker de Heath Ledger), y la dirección de Matthew Vaughn cuenta con ritmo y espectacularidad, apoyado por el buen trabajo de los actores, en unos roles a cuál más estrambótico (probablemente el de Red Mist de Christopher Mintz-Plasse). Sin embargo, la pelicula no termina de funcionar. El creador del cómic en el que se basa la película, Mark Millar (responsable de muchas de las adaptaciones de cómics a la pantalla de los últimos años), ha expresado reiteradamente su empeño en imponer unas nuevas reglas del juego al género, pero el resultado ha sido francamente mejorable, incapaz de conjugar diferentes visiones y perdido en el desconcierto de una trama rocambolesca.
Así pues, Kick-Ass, ya con secuela prevista para 2012, supone una interesante vuelta de tuerca a un género francamente viciado por el uso al que introduce el frikismo juvenil tan en boga en nuestros días y un excesivo uso de la sangre y la violencia que puede llegar a desconcertar al espectador por su gratuidad.
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