Los dramas basados en hechos reales parecen contar, de forma apriorística, con una veracidad inherente a lo que se cree es un simple reflejo de la verdad ‘objetiva’. O al menos esa es la creencia común. La manipulación de los hechos a través de un discurso de cualquier tipo, ya sea cinematográfico o literario, excluye la posibilidad de que estos puedan ser considerados como ‘reales’, aunque sí que exista un poso de objetividad en ellos. Es decir, que por el hecho de que una película como The Blind Side intente legitimar su propuesta escudándose en una historia real con la que engarza al final de forma claramente intencionada, su credibilidad no se va a ver reforzada de ninguna manera por ello. Es más, en este caso concreto la estrategia corre en contra de los propios intereses de la cinta al desvelar la farisaica intención de su narración irritantemente edulcorada o de su poco disimulado paternalismo burgués hacia el pobre chico de color marginado.
Y es que parece que un cierto sentimiento de culpa y necesidad de redención se están extendiendo entre los círculos acomodados de nuestra sociedad que, ya sea congraciándose con esos pobres y tristes personajes o bien defendiendo sus intereses hasta que colisionen con los suyos propios, propician estos pseudoproductos de bondad y caridad de dudosa credibilidad. No es, por otro lado, de extrañar teniendo presente la división de las ciudades en zonas de ricos y pobres, distinción ilustrada asimismo en la calidad de las escuelas, la idoneidad de los servicios, la falsa igualdad de oportunidades o incluso su propia participación en el juego democrático (el voto no es por sí mismo un acto de libertad, pues esto excluye la ignorancia). Así, de vez en cuando y siempre desde la barrera, la burguesía profesional parece echar un rápido vistazo a los bajos fondos y se lamenta de la miseria que ellos mismos contribuyen a construir.
En The Blind Side, sin embargo, esa bondad espontánea es aún más profunda. Un chico de color y de imponente tamaño entra en una escuela de blancos a instancias de un entrenador de fútbol que queda prendado de su potencial, pero su capacidad de integración es nula, no tiene familia y vive prácticamente en la calle. Entonces aparece la dama de hierro aunque con buen corazón (Sandra Bullock) que decide acogerlo en su mansión no sin las reticencias propias del buen propietario que teme ser saqueado por aquel al que ayuda. A partir de ahí, el chico progresa, se socializa, comienza a jugar brillantemente y la plenitud se alza en su vida.
Aquí no vamos a poner en duda la historia, pues si según dicen es real, la argumentación en contra es prescindible. Ahora bien, un cierto tufo a banalidad, a convencionalismos dramáticos propios de películas de sobremesa y a condescendencia barata se extiende como una plaga en el desarrollo de la película. El personaje de Bullock tampoco ayuda demasiado a combatir esa sensación. La supuesta fortaleza de la que hace gala conjugada con un histrionismo protector francamente desesperante resta cualquier indicio de credibilidad en él. El hecho de que Bullock recibiera un Oscar por esta película, además del unánime aplauso de la crítica estadounidense, sólo puede relacionarse con un decadente gusto por la interpretación sin profundidad ni matices, tan inane como espectacular. Y es que Bullock se nos presenta como un vestigio de mujer con inyecciones de bótox al por mayor que parece emular a la poderosa Carmela Soprano pero que finalmente se queda en una especie de Belén Esteban de clase alta.
Aún así, la película gustó y mucho en Estados Unidos, donde recaudó más de 200 millones de dólares, convirtiéndose en una de las grandes sorpresas de la temporada. Su director, John Lee Hancock, debe estar especialmente agradecido, ya que su anterior película, El Álamo, fue uno de los más grandes fiascos comerciales de las últimas décadas, con lo que ahora coge un poco de aire con una historia en la que recupera el fútbol americano como eje de la trama, como ya hiciera en The Rookie.
El veredicto del público español está aún por llegar aunque la crítica del país no ha sido tan benevolente como la americana. No es para menos. La película se desarrolla con ese ritmo estándar, melodramático, que el cine estadounidense parece repetir incansablemente con una precisión en la copia que ni la fotografía. El problema es que ya empieza a cansar, resulta poco creíble, incluso irritante. Probablemente a muchos les parezca una bonita historia, pero a mí me aburre. Quizás este servidor únicamente necesite dosis ingentes de Saramago para calmar la tristeza por la perdida de alguien irremplazable.
Estoy de acuerdo, aunque creo que pensar en ella como ganadora de un Oscar importante le resta el poco valor que tiene.
ResponderEliminarTe invito a leer mi comentario sobre la película en La Butaca Azul:
http://azulinarium.com/labutacaazul/archives/862
Saludos!
Muchas gracias por tu comentario Portman. He podido leer tu reseña y creo que coincidimos en la mayor parte de los aspectos. Es igualmente cierto que el Oscar está deviniendo más en una pesadilla para el que lo recibe que un verdadero reconocimiento, teniendo presente las últimas tendencias.
ResponderEliminarTe invito a que sigas visitando nuestro blog y, por su puesto, prestaremos una especial atención al tuyo.
Un saludo!
Jesús, me encanta tu crítica y me va a animar aún más a ver la película. Lo que más me ha encantado ha sido:
ResponderEliminar"Bullock se nos presenta como un vestigio de mujer con inyecciones de bótox al por mayor que parece emular a la poderosa Carmela Soprano pero que finalmente se queda en una especie de Belén Esteban de clase alta."
Sin palabras me dejas, oye.