Clásicos de Autor; Ingmar Bergman y El Séptimo Sello

Inauguramos en El Cine Que Vivimos Peligrosamente una nueva sección dedicada a recuperar todas aquellas películas con "denominación de origen. Aquellas cintas que, de una forma u otra, nos han apasionado pero ante las que hemos tenido que recurrir a la crítica especializada o a libros de análisis y estudios específicos para poder entender mejor la temática de la trama.
Somos conscientes de la importancia de estas películas y por ello nuestra propia interpretación de las mismas es algo muy importante a la hora de hablar de estas masterpieces que están ya olvidadas en detrimento del paso de los años y lo cambiante del público cinematográfico.
La primera de las películas a analizar será una auténtica obra maestra del cine europeo. Dirigida por el gran Ingmar Bergman, aquel al que muchos odiarán por ser excesivamente excelso en sus narraciones y proporcionar unos largos ratos de cine que llegan a resultar interminables. Bien es cierto que Bergman pasará a la historia por este "mal", pero nos deja una larga lista de películas que merecen un calificativo aparte a la hora de escribir sobre ellas. Persona, Fresas Salvajes, Fanny y Alexander y El Séptimo Sello son, quizás, sus obras cumbre. Y qué mejor forma de empezar este repaso por los clásicos de autor que haciéndolo de la mano del director sueco en una de sus cintas más absorbentes: El Séptimo Sello.
Cuando hablamos de esta película, a todo el imaginario cinéfilo de este planeta le viene a la imaginación la secuencia en la que la Muerte y el Caballero están sentados, uno enfrente de otro, jugando una larga partida de ajedrez. Sin embargo, el visionado de la película (al ojo primerizo) se antoja largo, pesado y con una comprensión limitada. Hay que bucear en la mente de Bergman y dejarse llevar por un guión maravillosamente redactado. La mano para empezar nuestro camino nos la tiende uno de los grandes actores del cine europeo, Max Von Sydow, eterno intérprete de El Exorcista o La Historia Más Grande Jamás Contada.
El título es ya una reminiscencia bíblica que hace referencia al séptimo sello que narra San Juan en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis. Éste libro es un retrato de un sueño que el santo tuvo acerca del fin del mundo y la llegada de la tiniebla eterna para dar paso a toda una serie de acontecimientos que pondrían término al mundo tal y como lo conocemos. Bergman era hijo de un pastor luterano, de ahí su profundo conocimiento del tratamiento religioso del ser humano. La vida, el pecado, la muerte y la redención son temas recurrentes en su infancia y en todas y cada una de sus películas, el director los reflejará como símbolo de la idea de "ser humano".
Si por algo se caracteriza El Séptimo Sello es por ofrecer una imagen de la psique del hombre, de sus tribulaciones y dudas, actual y totalmente moderna. Sin embargo, Bergman teje un tapiz medieval en el que nosotros mismos estamos identificados en la figura del Caballero, un hombre que vuelve a su hogar procedente de las Cruzadas y comienza a cuestionarse su propia existencia mientras interacciona con otros miembros de la vida creada por ese ser superior que él no alcanza a identificar. Nadie en la película tiene las respuestas para absolutamente nada. Ni los juglares, ni el herrero, ni la bruja. Nadie. Tan solo hay una persona que posee un conocimiento supremo que le lleva a aventurarse hacia tierras extrañas y a entablar relación con cualquier persona sea de la índole que sea y provenga de donde provenga: el Escudero. 
El Séptimo Sello está dividida en capítulos. Identificados claramente con un fundido a negro, las secuencias nos van atormentando mientras las vamos contemplando. No somos conscientes del viaje por nuestra existencia al que vamos a asistir hasta que no llegamos hasta el nudo de la trama y las preguntas que se hace el Caballero comenzamos a hacérnoslas a nosotros mismos. Es ahí cuando nos damos cuenta de que hemos caído presos del encanto de la película.
La primera escena es clarividente. El Caballero se encuentra en una playa. Todo viene a ser una alegoría del mismo tema: la muerte. ¿Por qué la playa? La costa es un límite, una barrera, un término. Allí acaba la tierra y empieza el mar. Un mundo diferente. Algo que nos es desconocido. Sabemos que está ahí pero no sabemos lo que esconde, sólo lo que nos han dicho o creemos haber visto. Y en ese momento, aparece la Muerte. 
Hay un tablero de ajedrez. El Caballero es el que escoge las piezas, no la Muerte. Parece que siempre vemos, a lo largo del metraje, una cierta superioridad del humano frente al no humano, pero la Muerte siempre aparece con un brazo en ángulo de 90º con su larga capa negra ocultando ese misterioso rincón en el cual todos habremos de dormitar algún día. En esa partida no hay reglas aparentes. Es un juego largo, donde todos jugamos y hemos de esquivar los jaques con los que nos encontramos a lo largo de nuestra existencia.
El Séptimo Sello posee escenas de una calidad técnica y narrativa realmente envidiable. La cámara se introduce de lleno en las vidas de los protagonistas y somos testigos del peligro que corren todos y cada uno de ellos. Un matrimonio, un Caballero, una joven virgen acusada de brujería y hasta un niño de poco más de un año sobre el que el espectro de la Muerte también tiende su sombría mano. Llegamos incluso a escuchar el Dies Irae de Mozart, una de las piezas integrantes del Réquiem del compositor austriaco mientras asistimos a una lúgubre procesión de almas penitentes aquejadas del mal de la peste negra, algo usual en la Suecia medieval.
Claroscuros, manejo de la técnica y una auténtica lección de cine es lo que nos ofrece Bergman en esta película que posee una de las fotografías más espectaculares de la historia del Cine europeo. Símbolos y alegorías de la vida y la muerte, siendo todos víctimas de ese fin de la existencia que siempre se ha proclamado. Nada queda, todo fluye. Es aquí cuando encontramos sentido a la aparición del río en la película. Naciendo en la montaña y muriendo en el mar es una alegoría de la propia existencia humana cuyo final es inevitable. 
Max Von Sydow le hace, en un momento determinado y clave de la película, un jaque a la muerte. Es ahí cuando el mensaje esperanzador del director comienza a tomar forma. No se puede evitar ese "fin de los días" pero Bergman quiere que así lo pensemos, que seamos optimistas y no pensemos en la muerte sino en todo el río de vida que queda por vivir.
El Séptimo Sello. Si usted se decide a verla, prepare su mente ante el viaje que hará por su propia consciencia. La vida y la muerte jamás estuvieron tan unidas como en este tapiz del Medievo que nos ha tejido, hilo a hilo, el gran director sueco Ingmar Bergman. 

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