7'5/10
Parece que el cine social o de denuncia no vive un buen momento en el panorama actual de banalidades varias. Las ínfulas de autoría de algunos valientes que anteponen al espectáculo o al ejercicio del más convencional cine de género la defensa irredenta de unos determinados ideales desde una posición tan parcial como honesta, pronto son desacreditadas por la intelectual élite de expertos, quienes contagian su desconfianza ante un supuesto maniqueísmo al resto de la sociedad, poco proclive a ser 'manipulada' de forma consciente (aunque sin duda lo es, y no precisamente sutilmente). Se echan en falta autores comprometidos, que denuncien y pongan en la picota pública cuestiones que otros no tienen los arrestos o el respaldo suficiente para plantearlas.
También la lluvia no es particularmente una película panfletaria de postulados virulentos. Icíar Bollaín, quien ya mostró con un didacticismo demoledor la tragedia de la violencia doméstica en Te doy mis ojos, opta aquí por tomar un camino intermedio en el retrato de una realidad latente en Sudamérica, la extensión de un nuevo imperialismo económico y las penurias padecidas por la población local ante la corrupción de sus gobernantes, al contraponerla desde una óptica muy cinematográfica con la colonización española de finales del siglo XV. Lo verdaderamente alarmante es que, tal y como se desarrolla la acción, las similitudes históricas son manifiestas y la sensación de estar asistiendo a un deja vù de siniestra actualidad termina por erigir la película en una descarnada muestra de lo poco que se ha avanzado en siglos de modernidad.
También la lluvia no es particularmente una película panfletaria de postulados virulentos. Icíar Bollaín, quien ya mostró con un didacticismo demoledor la tragedia de la violencia doméstica en Te doy mis ojos, opta aquí por tomar un camino intermedio en el retrato de una realidad latente en Sudamérica, la extensión de un nuevo imperialismo económico y las penurias padecidas por la población local ante la corrupción de sus gobernantes, al contraponerla desde una óptica muy cinematográfica con la colonización española de finales del siglo XV. Lo verdaderamente alarmante es que, tal y como se desarrolla la acción, las similitudes históricas son manifiestas y la sensación de estar asistiendo a un deja vù de siniestra actualidad termina por erigir la película en una descarnada muestra de lo poco que se ha avanzado en siglos de modernidad.
Bollaín juega en este interesante baile de espejos con una serie de personajes apegados a una realidad concreta donde los ideales son reforzados o se difuminan a tenor de las circunstancias a las que los hechos les aboquen. Así, hallamos a Sebastián (Gael García Bernal), un entusiasta director de cine que traslada a su equipo de producción hasta Cochabamba (Bolivia) para recrear la histórica llegada de Cristóbal Colón a tierras americanas, así como la épica resistencia de un pueblo que se negaba a rendir pleitesía (o impuestos) a hombres que ni siquiera entendían.
Su visión del cruel y despótico gobierno de Colón le hacen posicionarse a favor de la población local masacrada, sin embargo, desoirá el clamor suscitado en el año 2000 en la ciudad boliviana a raíz de la privatización del agua en manos de una empresa norteamericana cuando este se interpone en la filmación de su obra. En una interesante conversación con el alcalde de la ciudad, Sebastián pregunta cómo podrán afrontar los ciudadanos la subida del agua en un 300% con tan sólo dos dólares al día de renta, a lo que el primero replica recordando el sueldo de los extras y actores contratados para la película, también de dos dólares. En un proceso inverso, Costa, el productor de la película al que da vida Luis Tosar, camina desde un cinismo occidental y descreído hasta una posición de compromiso que le lleva a arriesgar su propia vida por las exigencias de un guión demasiado real para ser obviado.
En También la lluvia asistimos a dos películas cuyo nexo de unión podría enclavarse en torno a la figura del personaje interpretado (con gran veracidad) por el actor amateur Juan Carlos Aduviri, líder de la insurrección popular conocida como la 'guerra del agua' del 2000 y pieza clave en el rodaje de la película de Sebastián, donde da vida al jefe indígena que lucha contra la dominación española. A partir de él se vertebra el verdadero mensaje de la cinta de Bollaín al canalizar el espíritu combativo de la resistencia y la fragilidad de la nimia pieza de un gigantesco puzzle de intereses, como una suerte de constante histórica que desvela las miserias que unos y otros hacen aflorar para la consecución de unos fines personales sin apenas percatarse de las terribles consecuencias acarreadas en los más débiles, golpeados una vez más en un macabro bucle de desgracias.
Pertrechada con el sólido guión de Paul Laverty, responsable de buena parte de los libretos del cine de Ken Loach, Icíar Bollaín compone un interesante ejercicio histórico-social de evidentes tintes contestatarios filmado con tensión y buen oficio, y apoyado por un atractivo elenco de actores de incontestable talento encabezado por el mencionado Gael García Bernal, el omnipresente Luis Tosar (como el productor cinematográfico de la película), un Karra Elejalde particularmente inspirado dando vida a un actor descreído que interpreta a Colón, el genial Raúl Arévalo como Antonio Montesinos y el televisivo Carlos Santos en la piel de Bartolomé de las Casas. El resultado es una película de notable envergadura que naufraga en algunos momentos por la escasa originalidad en la puesta de escena de 'la otra película', pero que finalmente se impone por la honestidad de sus postulados y la sutil contraposición de épocas que no resultan ser tan diferentes. Bollaín arriesga en esta particular muestra de cine de denuncia y certifica que aún hay vida más allá del entretenimiento sin más.
Pertrechada con el sólido guión de Paul Laverty, responsable de buena parte de los libretos del cine de Ken Loach, Icíar Bollaín compone un interesante ejercicio histórico-social de evidentes tintes contestatarios filmado con tensión y buen oficio, y apoyado por un atractivo elenco de actores de incontestable talento encabezado por el mencionado Gael García Bernal, el omnipresente Luis Tosar (como el productor cinematográfico de la película), un Karra Elejalde particularmente inspirado dando vida a un actor descreído que interpreta a Colón, el genial Raúl Arévalo como Antonio Montesinos y el televisivo Carlos Santos en la piel de Bartolomé de las Casas. El resultado es una película de notable envergadura que naufraga en algunos momentos por la escasa originalidad en la puesta de escena de 'la otra película', pero que finalmente se impone por la honestidad de sus postulados y la sutil contraposición de épocas que no resultan ser tan diferentes. Bollaín arriesga en esta particular muestra de cine de denuncia y certifica que aún hay vida más allá del entretenimiento sin más.
Ayer leí la crítica de CINEMANIA a esta película y me maravilló. Ahora leo la tuya y me quedo exactamente con las mismas ganas de verla, me ha parecido muy acertada tu opinión. Ahora solo me queda esperar para poder disfrutar de ella.
ResponderEliminar¡Gran crítica! ;D.