Crítica London River, los caminos entrelazados de la desgracia

7/10


Las consecuencias trágicas que suele acarrear un acontecimiento tan dramático e injusto como un atentado terrorista contra personas inocentes pueden llegar a ser tan profundas e imbricadas en la misma esencia humana que su retrato o mera descripción se ve impedido por un extenso abanico de prejuicios, sentimientos encontrados, convencionalismos condescendientes y emociones demasiado fuertes para el que observa alejado de todo el vórtice dramático que el acontecimiento conlleva. Ello puede ser una razón relativamente justificada del porqué de la escasa prodigalidad del cine en asuntos tan espinosos como el 11-S, los atentados de Madrid o los de Londres, prácticamente inéditos en cada una de las cinematografías nacionales (si exceptuamos acercamientos patrióticos y frustrantemente épicos como el de World Trade Center por parte de los americanos).

El cine independiente parece suscitar esa salida necesaria a una cierta tibieza de las grandes productoras en torno a todo este asunto, aportando visiones diversas, focalizando sus objetivos en historias personales directamente relacionadas con la catástrofe y creando debates que impelan al conocimiento y la superación de los hechos. Un muy interesante ejemplo de ello es London River, una coproducción franco-británica con participación argelina (principalmente su director) que aborda el drama que desencadenaron las bombas de julio de 2005 de Londres en las vidas de un padre y una madre. Dos personas de orígenes completamente antagónicos, una, cristiana tradicional, otro, un musulmán africano emigrado en Francia, cuyos caminos se ven entrelazados por la incertidumbre de la suerte que corrieron sus hijos, de los que dejaron de tener noticias a raíz de los atentados.

Una historia que esconde en su sencillez una fuerza magnética que encuentra en el espectador al cómplice idóneo, una suerte de compañero de viaje fiel y comprensivo de la odisea desesperada de unos padres en busca de la verdad, zarandeados por el destino, unidos en la tragedia. El camino es arduo, las pistas desconcertantes, y si a ello unimos las reticencias iniciales que despierta el carácter multicultural de un Londres cosmopolita en los ojos de una mujer que vive en una pequeña isla de la costa inglesa, obtenemos un drama social que va más allá del retrato más o menos acertado de una tragedia. London River es también una película sobre la comunicación, sobre el encuentro con el otro, sobre el arrumbamiento de prejuicios culturales y la confianza entre personajes más allá de colores de piel y religiones. En un principio, la humilde granjera que viaja a la gran urbe se encuentra perdida entre personas extrañas, establecimientos de productos exóticos y señales inequívocas de que su hija mantiene una relación sentimental con un chico negro y musulmán; el rechazo es instintivo y la sospecha se cierne sobre el padre del chico, con el que coincide en cada uno de los lugares que ella misma recorre en busca de respuestas. Más tarde, se habitúa al cambio para, al fin, unirse a ese extraño personaje en una especie de comunión íntima del dolor donde ya poco importan las valoraciones mentales previas.

Mención aparte precisan sus dos intérpretes protagonistas. En primer lugar, esa actriz británica madura, sencilla y profundamente veraz que descubrió hace ya casi quince años Mike Leigh en Secretos y Mentiras, tras un pequeño y lúcido papel años antes en El río de la vida de Robert Redford. Brenda Blethyn encuentra en su nada fingida naturalidad el genio de su poder interpretativo, puesto una vez más en claro en esta película donde construye un personaje fuerte aunque desconcertado, roto al fin por el dolor. En segundo lugar aunque no menos importante, el actor malí Soutiqui Kouyate, ganador del premio al mejor actor en el Festival de Berlín de 2009 y viejo conocido de Rachid Bouchared, quien ya precisó de su poderosa presencia en pantalla en su ópera prima, Little Senegal (2001). Kouyate impresiona, impacta su apariencia desastrada y su rostro sabio, se nos asemeja a una especie de hechicero tribal detentor de un poder que va más allá de nuestro conocimiento terrenal. Su camino tras los pasos de un hijo del que guarda pocos recuerdos es, simplemente, conmovedor.

London River confirma a Bouchared como un director a seguir dentro de la filmografía europea y africana. El éxito de su Little Senegal y Days of Glory (nominada al Oscar y ganadora de dos premios en Cannes) lo alzaron como promesa y sus películas son ya habituales dentro del circuito de festivales europeos. No en vano, su última película, Fuera de la ley, fue presentada hace tan solo unos meses en Cannes en medio de una fuerte polémica por el controvertido retrato que realiza el director en torno a la independencia de Argelia. En London River, por el contrario, opta por la mesura y la sencillez para narrar una historia profunda de dolor y encuentro, necesaria dentro de nuestro cine, que aborda unos acontecimientos que pocos antes se atrevieron a tocar.


2 comentarios:

  1. Hola.
    La ví hace poco y me gustó mucho, muy de acuerdo con tu crítica. Sólo en algunos momentos me ha parecido que hay una sobre-elavoración en su busqueda por la sencilles y naturalidad.
    GRAN Brenda Blethyn.

    Saludos,

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  2. Gracias por tu comentario Giacinto. Es cierto que a veces puede parecer algo maniquea, pero la interpretación de sus dos actores suple cualquier carencia de la película. La naturalidad y sencillez emana de ellos, dan veracidad a todo el argumento.
    Espero que podamos seguir en contacto y nuestros blogs colaboren juntos.
    Un saludo

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