Retrospectiva Woody Allen; La rosa púrpura del Cairo

9/10
 
Woody Allen ama el cine. Y lo ama con tanta vehemencia que se vio impelido a confeccionar una historia deliciosa, dulce por fuera y amarga en lo más hondo de su esencia, sublime en su planteamiento, romántica en su desarrollo, esperanzadora en su final; dedicada exclusivamente a la exaltación del séptimo arte como modo de vida alternativo, una suerte de imbricación de la ficción en la realidad, a veces trágica, que nos acosa e impulsa a escapar hacia la perfección del mundo soñado. Y qué mundo mejor para huir que ese superficial y encantador, reflejado en la pantalla de un lugar oscuro y silencioso, donde las personas parecen vivir en un infinito bucle de felicidad alejado de las disquisiciones mundanas, impertérritas al paso del tiempo y enclavadas en la más tierna bondad de la vida.
Allen, en La rosa púrpura del Cairo, maximizó esta funcionalidad del cine a través de un personaje femenino apocado, ensoñador y abnegado, situado en un contexto social dominado por la depresión económica de las postrimerías del crack de 1929. Cecilia (Mia Farrow), la tímida mujer en torno a la que gira toda la historia, se evade de la sumisión a su violento y alcohólico marido y del carácter alienador del trabajo de camarera que ejerce para sacar adelante la casa, a través de la contemplación embelesada de películas que acude a ver reiteradamente, aunque sea en soledad, con la íntima ilusión de ser una de las guapas mujeres que se ven seducidas por galantes y agraciados caballeros en un mundo en blanco y negro. La rosa púrpura del Cairo es la película que en este momento proyectan en el cine local y la que Cecilia no se cansa de visionar una vez tras otra, fundamentalmente por la atracción que siente por el galán secundario Tom Baxter (Jeff Daniels), el arquetípico aventurero de actitud cortés y valientes maneras.
La acción se desboca cuando, sin previo aviso, Baxter se desentiende de su diálogo en pantalla y comienza a mirar de reojo a esa tímida muchacha que ha asistido a todas las sesiones en las que ha sido proyectada la película. Baxter se torna hacia el público y se dirige directamente hacia Cecilia, patidifusa por todo lo que le está ocurriendo, hasta que, increíblemente, el actor se sale de la pantalla y conduce a la muchacha fuera del cine, ante la conmoción causada en el público presente y los encargados de la sala. A partir de ahí, se inicia una alocada historia de amor entre Cecilia y Baxter que los llevará más allá de los límites de la realidad, en un mundo cruel e insensible en el que sólo la ficción y su perfección inherente puede salvarlos.
Sin embargo, Cecilia deberá afrontar, al fin, la dicotomía que se le presenta cuando aparece en escena Gil Sheperd, el actor que da vida al personaje de Tom Baxter en la película y que representa la posibilidad de una vida real muy alejada del amor inocente que le ofrece un personaje de ficción sin dinero ni trabajo y perseguido por todo el equipo de producción de la película. La confrontación aquí es, pues, de hondo calado y las consecuencias del devenir de la historia, el resultado lógico de una aventura en un mundo demasiado real, una jungla de intereses a la que Cecilia se ve expuesta y traicionada por las circunstancias que mueven los hilos del cine tras las cámaras, muy alejado este de la superficialidad apacible y romántica mostrada en la pantalla. Es al paradoja de una época en la que los personajes de ficción quieren ser reales y los de carne y hueso ansian con el mero hecho de ser ficticios.
Woody Allen aglutina en esta película todo su amor por el cine; construye un melodioso canto a la fantasía y al poder de evocación del séptimo arte como sustitutivo idóneo de la realidad cuando esta se torna demasiado oscura para su simple contemplación. Como paradigma de todo ello, esa mirada viva, límpida e inocente de Mia Farrow, su sonrisa apenas perceptible en un rictus ensoñador contemplando el “Cheek to cheek” de Fred Astaire y Ginger Rogers en Sombrero de Copa, para un final antológico, clarividente, puramente cinematográfico. La tímida y sencilla Cecilia, tras la decepción redundante de su realidad, queda, una vez más, acompañada por las imágenes en blanco y negro de sus personajes favoritos, aquellos que la hacen soñar, emocionarse, reír y llorar; un amor que jamás la abandonará, que permanecerá inerme al paso del tiempo y las traiciones de la vida real. Resulta muy difícil encontrar una oda al cine tan emocionante, sincera y entrañable como la que crea en La rosa púrpura del Cairo Woody Allen.

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