De risas con los Monty Python; Los caballeros de la mesa cuadrada


La historia del cine nos ha legado grandes obras artísticas, productos grandilocuentes aclamados por la crítica y el público, sagas devenidas en mitos para legiones de incondicionales y películas que marcaron a generaciones de cinéfilos. Sin embargo, la historia del cine ha sido asimismo un movimiento de arrumbamiento de ídolos, de contestación al hegemónico dominio de la obra singular, única y superior, mediante la caricatura, la parodia o la simple imitación. Una suerte de acercamiento irreverente basado en el humor surrealista y descacharrante bajo el que acoger una visión esperpéntica de la realidad que nos propone el universo de referencia.

Son una multitud los ejemplos que podemos citar aquí para ilustrar lo anteriormente dicho. Ya en este blog, Antonio Sánchez reseñó la parodia de James Bond que realizó John Huston junto a intérpretes de excepción como Woody Allen, Ursula Andrews, David Niven o Peter Sellers, en Casino Royale (1967), así como la adaptación chapucera de Batman de 1966 protagonizada por Adam West y Burt Ward. A estas podemos unir las comedias inolvidables de Mel Brooks, quien se atrevió a ridiculizar, entre otros, al personaje de Robin Hood en Las locas, locas aventuras de Robin Hood (1993) y a parodiar la saga ideada por George Lucas en La loca historia de las galaxias (1987). De igual modo, una tendencia actual del cine más comercial parece empecinada en resaltar los aspectos más absurdos de superhéroes (Epic Movie), películas de terror (Scary Movie y secuelas), o incluso películas españolas (Spanish Movie), con escasa gracia por otro lado.

No obstante, aquellos que han desarrollado este género cinematográfico con mayor éxito son, sin duda alguna, los británicos Monty Python. Aglutinados en un grupo heterogéneo de directores, actores y guionistas que confeccionaban a su modo cada una de sus producciones, los Monty Python hicieron de la parodia mordaz, el humor surrealista y la crítica social únicamente velada por la comedia sus signos de identidad, aplaudidos por crítica y público a lo largo de generaciones. Sus artífices, entre ellos Terry Jones y Terry Gilliam en la dirección y John Cleese, Eric Iddle, Michael Palin y Graham Chapman interpretando, ofrecieron una maravillosa y desternillante trilogía cinematográfica compuesta por Los Caballeros de la mesa cuadrada (1974), La vida de Brian (1979) y El sentido de la vida (1983), tras la cual sus caminos divergieron con mejor o peor suerte según el caso concreto. Desde este blog, no podemos menos que dedicarles un pequeño tributo, reconociendo el inestimable valor de la risa como agente de denuncia y reflexión, además del entretenimiento inherente a su naturaleza.

Y qué mejor forma de empezar que con esa demoledora parodia de la Edad Media y el mito del Rey Arturo que da sentido a Los Caballeros de la mesa cuadrada. Desde la obertura hilarante que supone el sonido del galope de un caballo en una extensión desolada de tierra en la que aparece un caballero trotando sin corcel y únicamente acompañado por un siervo chocando dos cocos, las promesas de risas incontroladas están aseguradas. Los gags se suceden sin perder el hilo, yuxtapuestas brillantemente en una trama que sitúa a un Rey Arturo sin ejército en su odisea por alcanzar el Santo Grial. En su camino diversos y extraños caballeros se le unen a raíz de situaciones rocambolescas e improbables para vivir aventuras trepidantes de incierto desarrollo y enfrentarse a malvados conejos asesinos, brujas, adivinos, criaturas del bosque o al mismísimo Scotland Yard.

Este crítico difícilmente podrá olvidar ese desternillante encuentro de Arturo con el Caballero Oscuro y su sangrienta lucha por demostrar quién es más vigoroso, que devendrá en toda una carnicería humana, aunque al pobre lisiado poco le importe. O a ese recogedor de muertos que vocea a los cuatro vientos si hay mercancía disponible en el pueblo de turno aunque con gran sentido de la profesionalidad; si no está muerto no se lleva a nadie, al menos que él lo remedie.

La película es, en ocasiones, sencillamente brillante, en otras algo convencional, pero siempre mantiene un nivel de comicidad elevado para un cine de este tipo, el cual suele quedarse en la mera anécdota y muy alejado de la coherencia del conjunto. El final completa la aventura con la apoteósica irrupción del mundo actual en un transvase genial, con la policía como último protagonista, y la presencia del espectador en un status completamente innovador.

Los caballeros de la mesa redonda fue la primera película de los Monty Python tras sus cinco años televisivos con el Monty Python’s flying circus, y si bien no alcanzan aquí al maestría demostrada en su posterior película, sí que se erige como una más que recomendable parodia medieval sustentada en el talento de los intérpretes y la confección casera de los efectos y escenarios en un alarde de creatividad sin parangón.

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